La lectura
de la obra teatral Marx en el Soho de
Howard Zinn -recomendada- me ha suscitado cuanto menos una
revitalización de las ideas del señor Karl. Su vida y obra han sido objeto de
los más escrupulosos análisis en los campos tan amplios a los que dio su
influencia, tales como la historia, sociología,
economía, política o filosofía. Configuró una visión del mundo social englobado
en la estructura holística de su materialismo dialéctico, el capitalismo,
entendido como sistema de relaciones de producción predominante en una fase
histórica. Podemos argüir en la focalización de sus estudios en conceptos que
se nos presentan tan polémicos como la plusvalía, el materialismo dialéctico e
histórico, la alienación, la lucha de clases o la mítica Revolución proletaria
cargada de un importante historicismo. Todos ellos ampliamente discutidos y
ampliados por intelectuales y políticos como Lenin, Gramsci, Sartre, Althusser,
etc. No me es pertinente analizar estos conceptos en el presente artículo,
carezco, a mi pesar, de los conocimientos necesarios para ello.
Antes que el lector pueda sopesar el grado de posmodernismo que impregna mi pensamiento debo decir que me considero un comunista. Un comunista que muestra indignación y pesar por los actuales e históricos problemas nacidos de los intereses de las élites que cual tren sin conductor arrasa con las ruedas de su egocentrismo la vida de aquellos que viven bajo el yugo de sus intereses. Las élites no son los empresarios, no son los políticos, no son los burócratas, así como tampoco lo somos nosotros. La culpabilidad no es regida, obviamente, por el grupo social en sí -expuestos en mayor o menor grado a ciertas condiciones-. Si piensa lo contrario obviamente usted está condenando al mismo nivel al señor Eduardo Galeano con Paco Marhuenda, al alcalde de Marinaleda con Adolf Hitler, al empresario Robert Owen con Emilio Botín o Rodrigo Rato en el ámbito periodístico, político y empresarial respectivamente. La lucha de clases no es entre empresarios y trabajadores, gobernantes y gobernados –aunque obviamente se ha identificado históricamente esa lucha de clases como tal- la lucha se manifiesta en nuestro día a día entre aquellos que curan la enfermedad y aquellos que la convierten en objeto de beneficio, aquel que ofrece la verdad contra aquel que comercializa su mentira, aquel que otorga su proyecto a la sociedad contra el que explota su idea en el afán de su lucro. Honrados contras delincuentes, honestos contra corruptos, trabajadores contra aprovechados, valientes contra cobardes. Las luces y sombras de la condición humana. Toda ella condicionada por un el sarampión de la humanidad como le hubiera gustado decir a Albert Einstein, pero en este caso no se trata del nacionalismo, sino el capitalismo.
El capital, entendido como una entidad metafísica es de facto irreal pero que, ideológicamente adquiere su significado en la mente del burgués –vamos a llamarlo aquellos contrapuestos a los valores positivos que hemos mencionado anteriormente-, persiste en su afán de auto-acumulación privando este objetivo solipsista frente a otros que relega como secundarios. Para entenderlo mejor, el afán de lucro priva por encima de cualquier otra consideración que no implique acometer este fin. Cuando el capital persiste en las relaciones económicas este desvirtúa toda noble intención, ya que este se hace valer de la propia necesidad. El capitalismo es el culto al capital por aquellos que ven en él la felicidad. Antes de demonizar la economía de mercado voy a aclarar, con permiso del escritor y literato José Luís Sampedro que esgrimió en su última entrevista la idea que quiero manifestar con su siguiente mención:
"(···) no hay que confundir el capital con el
capitalismo. El capital, que es un medio de producción –las máquinas, las
mercancías, etc…-, se utilizará siempre en economía porque es indispensable
para producir, pero el sufijo ‘ismo’ implica un uso abusivo. Por ejemplo, se
dice que un señor es oportuno porque llega en el buen momento, pero cuando
hablamos de oportunismo ya hay un sentido peyorativo. Lo paternal es un
ambiente encantador, mientras que paternalismo es un abuso de la fuerza de ser
padre. El capitalismo es el abuso de quienes tienen el capital.
La idea de comunismo a mi me remite a una idea de fraternidad, hermandad entre iguales, porque para mí todo el mundo merece respeto y dignidad en la realización de su persona en la comunidad sin que esta suponga una inconveniencia para la autorrealización de los demás, lo cual no es así. “La tierra es rica para las necesidades de todos, pero no para la avaricia de algunos”.
Aquí un dedicatorio para aquellos aduladores de la ‘doctrina marxista’ que se hacen valedor de sus ideas para interpretar y juzgar a las personas como un extremista y aquellos que con desdén vilipendian la obra de Marx. Dejemos que les conteste él mismo en el teatro:
Claman que porque la Unión
Soviética colapsó, el comunismo ha muerto.
Menea su cabeza.
¿Saben estos idiotas qué es el comunismo? ¿Creen que un sistema
gobernado por un matón que asesina a sus compañeros revolucionarios es
comunismo? ¡Scheisskopfen!
Coge un libro de la mesa y
lee:
"En lugar de la
vieja sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de clases, tendremos una
asociación, en la cual el libre desarrollo de cada uno es la condición
necesaria para el libre desarrollo de todos." ¿Habéis oído eso? ¡Una asociación!
¿Entienden el objetivo del comunismo? ¡La libertad del individuo! ¡Para su
desarrollo, como un ser humano con compasión! ¿Piensan que alguien que se llame
a sí mismo comunista o socialista y actúa como un gánster entiende lo que es el
comunismo?
Por Razvan Sebastian Pantea.
Por Razvan Sebastian Pantea.
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