Decía el
poeta valenciano Miguel Hernández que “una gota de pura valentía vale más que
un océano cobarde” y, qué razón tuvo, pues fueron millones de gotas de pura
valentía las que se enrolaron en las filas del Ejército popular republicano,
las milicias anarquistas o incluso venidas desde el extranjero en las Brigadas
Internacionales, todos y todas a una para combatir la sublevación franquista en
julio de 1936. Sin duda hay que mostrar el mismo agradecimiento a toda persona
que luchó y murió por la libertad, pero también es cierto que hubo
personalidades que fueron más relevantes que otras, bien fuera por su capacidad
estratégico-militar, ya sea por su habilidad en el campo de batalla o incluso
por sus carisma y oratoria. Es por eso que en este presente artículo
queremos rendir homenaje y, a la vez, darlo a conocer más aún, al que fue
vaticinado como “Héroe del Pueblo”. Sin duda alguna, estamos hablando del líder
anarquista Buenaventura Durruti.
Terminaba así el sueño revolucionario de un ferviente anarquista como fue Buenaventura Durruti y Domingo. Admirado por todo el proletariado, incluso muy querido entre las filas del PCE y del PSUC, tuvo que dejar al proletariado revolucionario huérfano muy tempranamente. El camarada Durruti comprendió que anonimato y anarquismo debían ir de la mano, que nunca se debían caer en vanidades ni delirios de grandeza. Durruti vivía al margen de cualquiera de estos asuntos, él vivía con sus camaradas como uno más, luchaba codo con codo, en la misma barricada con todos sus compañeros. Era un ejemplo luminoso para la clase trabajadora, un pozo de entusiasmo. Aunque sus camaradas lo consideraban un “caudillo revolucionario”, él nunca se tomó como tal, fue un hombre caracterizado por su modestia, apasionado por la lucha y derrochaba entrega entera a la gran causa de la revolución social. “Durruti no mandaba, convocaba” decía su compañero Karl Einstein. Era la convicción con la que contaba sus estrategias y procedimientos era lo que provocaba que todo el mundo, sin discusión, acatara sus órdenes. No obedecían a ningún general ni a ningún superior, le obedecían porque sabían que, como el resto de camaradas, tenía un propósito a conseguir: La emancipación de las clases oprimidas.
Buenaventura
Durruti y Domingo, hijo de Anastasia y Santiago, ama de casa y ferroviario,
respectivamente, nació un 14 de julio de 1896 en la ciudad castellana de León.
Con tan solo
cinco años empezó a cursar la educación primaria y, cumplidos los diez años,
pasó al instituto, situado por aquel entonces en la Calle Misericordia.
Buen estudiante para las letras y de “sentimientos muy nobles” dejó escrito su
profesor de secundaria, Ricardo Fanjul.
Durruti
empezó, como era usual en aquellos tiempos, a trabajar a una edad temprana. A
los catorce años entró como aprendiz en un taller de mecánica hasta los
dieciocho años, a partir de entonces encontró su primer trabajó en las minas
leonesas, concretamente montando lavaderos para la mina, en la localidad de
Matallana de Torio. Desencadenada la primera guerra mundial, en 1914, y,
siguiendo los pasos de su padre Santiago, entró en la compañía de ferrocarriles
del Norte en el puesto de mecánico montador.
Fue a partir
de este año en el que Buenaventura tuvo sus primeros contactos con la lucha
obrera y sindical. Aunque León era una ciudad mayormente dominada por el clero
y la aristocracia, existía una importante actividad del PSOE y de UGT, a la cual
perteneció Durruti en sus primeros periplos como sindicalista. Ya con los
dieciocho años recién cumplidos, por su naturaleza rebelde y revolucionaria,
comenzó a hacerse un hueco entre las filas de la lucha obrera y su nombre era
cada vez más conocido entre los centros mineros.
Su activismo
primigenio se basó en participar activamente en las reuniones sindicales e ir a
los centros de trabajo a dar charlas y movilizar a la clase obrera leonesa y
castellana. Fue en 1917 cuando Buenaventura cambió la UGT por la CNT, después
de una huelga revolucionaria durante ese mismo año acaecida en León. Y he aquí
su primer “exilio”, pues al ser ya una persona con renombre revolucionario, y
más aun después de su descomunal actividad en esa huelga, fue despedido de su compañía
ferroviaria y tuvo que marchar a Gijón para dejar de sufrir el acoso y boicot
de la patronal leonesa. Fue en la ciudad asturiana donde conoció las teorías
anarquistas de Mijaíl Bakunin y Piotr Kropotkin, gracias a su amigo, también
anarquista, Miguel Buenacasa, quien fue primer secretario general de la CNT y
director del famoso periódico “Solidaridad Obrera”. El boicot por parte de la
patronal gijonesa no se hizo esperar y tuvo que exiliarse a Francia, donde
conoció a anarquistas de renombre a nivel europeo como Sebastian Faure. En unos
meses, comenzado 1920, regresó al Estado español ante los rumores de posible
revolución social, pero esta vez a San Sebastián. Sin embargo, al ver que era
una ciudad “a la que nunca le pasaba nada” acabó en una ciudad donde al
contrario que San Sebastián siempre pasaba algo. Esa ciudad era Barcelona,
conocida en aquella época como “La rosa de foc” o “La ciutat de les bombes”,
donde conoció al mítico líder cenetista Ángel Pestaña.
A Durruti le
cogió de lleno lo que en historia se conoce como “El pistolerismo”, que fue una
etapa de nuestra historia, años ’20, caracterizada por la utilización de
sicarios armados por parte de la patronal que se dedicaban a dar ‘matarile’ a
sindicalistas y demás revolucionares
en plena calle, y siempre con la ayuda desinteresada de las fuerzas de orden
público. Ante esto, Buenaventura Durruti fue alternando su estancia entre
Barcelona y Zaragoza para tomar partida activamente en la lucha contra el
pistolerismo, como era de esperar, utilizando los mismos métodos. No había
anarquista que no llevara siempre encima una Colt 45 o la mítica pistola ‘Star’
como forma de defenderse de los ataques de los “pistoleros”. Fue aquí donde se
creó el famoso colectivo “Los Solidarios”, anarquistas raudos y con buena
puntería que supieron poner en jaque a la policía y a los sicarios de la
Patronal.
Durante toda
la década de los años ’20, Buenaventura Durruti ya era un revolucionario
conocido en toda Europa, tanto por los gobiernos, como por las clases trabajadoras,
gracias a actuaciones como el intento de asesinato del Rey Alfonso XIII en la
ciudad francesa de París. Gracias a estas acciones, su vida entonces estuvo
marcada por las largas estancias en prisión y el exilio continuo de país en
país. La rutina era siempre la misma, intentar buscar trabajo con nombre falso
en algún país europeo, y una vez descubierto por la policía huir hacia otro
Estado y vuelta a empezar.
Con la
llegada de la Segunda República Española, en 1931, Buenaventura Durruti y sus
camaradas volvieron a su España natal, pero esa república decepcionó a las
masas revolucionarias y trabajadoras. El primero de mayo de 1931 se sucedió una
gran manifestación en la ciudad condal de más de 10.000 personas exigiendo al
gobierno republicano la libertad de los presos políticos y “reformas sociales urgentes”. ¿Cuál
fue la respuesta del Gobierno? Enviar a la Guardia Civil y a varios pelotones
del ejército a disolver, por la fuerza, esa manifestación. Pero la capacidad de
convencimiento y credibilidad que tenía Durruti hizo algo que dejó boquiabierta
a toda persona manifestante: Consiguió convencer a los pelotes del ejército que
usaran sus armas contra la Guardia Civil. Y así fue.
Convirtiéndose
en estandarte máximo de las pretensiones revolucionarias y de la CNT a nivel
español fue máximo partícipe de todos los acontecimientos revolucionarios desde
1931 hasta 1936 y en toda intentona insurreccional. Se acercaba julio de 1936,
pero ya dos meses antes, en el Congreso de Zaragoza de la CNT se denunció públicamente
la conspiración militar que se produciría en poco y se hizo un llamamiento a la
revolución.
Buenaventura
Durruti provocó tal agitación y efusividad en las masas trabajadoras que el
mismísimo ‘President’ Companys le citó a él y a Garcia Oliver para establecer
una entrevista e intentar unir lazos entre la Generalitat y la CNT. La única
condición de la CNT era dura: Armar al pueblo. La Generalitat desoyó la
propuesta.
19 de julio
de 1936, cinco de la madrugada y las tropas militares comienzan la sublevación
que sumiría España en tres años de cruenta guerra civil. Setenta y dos horas
después del inicio de la sublevación, Joan García Oliver, desde Barcelona
anunciaba por la radio que el pueblo de Barcelona en armas había vencido al
fascismo. Desde ese mismo instante, en toda Cataluña, ocurre algo único y sin
precedente en la historia: Desaparece el poder del Estado. El Estado ya no
existía más que de nombre, toda fuerza representativa se había fundido en el
pueblo. Desde ese momento, comienza un control absoluto de la CNT y de la FAI
(Federación Anarquista Ibérica) tanto en Barcelona como en el resto de
Cataluña. Companys no tuvo otra alternativa que ceder el poder a los que habían
salvado al pueblo de la sublevación facciosa, y en la reunión con los delegados
de la CNT y de la FAI dejo una frase para la historia: “Ante todo tengo que deciros que la CNT-FAI no ha
sido tratada como merecía. Hoy sois dueños de la ciudad y de Cataluña porque
solo vosotros habéis vencido a los militares fascistas. Todo el Poder ahora es
vuestro. Si no me necesitáis, o no me queréis como Presidente de Catalunya,
decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo”.
Desde los
primeros meses de la guerra, las milicias anarquistas empezaron a sufrir las
trabajas y obstáculos que ponía el gobierno republicano a la hora de ofrecer
material militar o víveres de subsistencia, pero eso no aplacó el espíritu
revolucionario del movimiento anarquista.
Entre
octubre y noviembre de 1936, hubo el punto de inflexión, las tropas franquistas
tenían asediada la ciudad de Madrid y el pánico entre las esferas gobernantes
republicanas fue tal que se vieron ante la necesidad de hacer algo no muy
deseado: recurrir a Buenaventura Durruti con el propósito, y bien que lo
sabían, de levantar la moral de los combatientes ‘rojos’. Y así fue, la Columna
Durruti partió desde Barcelona para llegar a Madrid el día doce de noviembre,
lo que supuso un soplo de aire fresco en la lucha contra la reacción fascista.
Desde ese día hasta el día de su muerte, Durruti no tuvo ningún momento de
reposo.
No obstante,
llegó el día fatídico. Hacia las dos del mediodía del 19 de noviembre recibe en
su pulmón izquierdo una “bala perdida”. Se le llevó con carácter de urgencia al
hospital de las milicias catalanas instalado en el Hotel Ritz. Se le
practicaron varias intervenciones quirúrgicas sin éxito, a lo que murió el día
20 de noviembre de 1936 a las seis de la mañana. ¿Qué hacer desde ese momento?
Tanto la CNT como el gobierno republicano lo tenían claro, la muerte del que
hasta ahora había sido el “Héroe del Pueblo” y la viva imagen del antifascismo,
no podía anunciarse ya que eso desmoralizaría a les combatientes del bando
republicano y anarquista. Su cuerpo fue trasladado de incognito a Barcelona,
donde sería enterrado el veintitrés de noviembre, convirtiéndose en el mayor
funeral con asistencia de la historia de Catalunya, superando a quien ostentaba
el récord hasta esa fecha, Francesc Macià.
Una vez
anunciada su muerte, la misma pregunta se generó entre la masa obrera y
campesina: ¿Quién mató a Buenaventura Durruti? Hay cuatro teorías, que a día de
hoy, no han sido ni confirmadas ni desmentidas.
- Durruti ha muerto a causa de la bala de su propio ‘Naranjero’ al resbalar en el momento de bajar de un camión.
- Durruti ha sido asesinado por los anarquistas más reformistas que querían acercarse a posturas más moderadas y creyeron necesario acabar con les líderes más revolucionarios.
- Buenaventura Durruti es asesinado, también por anarquistas, pero por los más revolucionarios, que ven con recelo su “acercamiento” y trata amistoso con les comunistas de Madrid.
- Durruti es asesinado, por orden de Stalin, por la OGPU (policía soviética) pues su gran fama ponía en peligro los planes del Partido Comunista Español.
Terminaba así el sueño revolucionario de un ferviente anarquista como fue Buenaventura Durruti y Domingo. Admirado por todo el proletariado, incluso muy querido entre las filas del PCE y del PSUC, tuvo que dejar al proletariado revolucionario huérfano muy tempranamente. El camarada Durruti comprendió que anonimato y anarquismo debían ir de la mano, que nunca se debían caer en vanidades ni delirios de grandeza. Durruti vivía al margen de cualquiera de estos asuntos, él vivía con sus camaradas como uno más, luchaba codo con codo, en la misma barricada con todos sus compañeros. Era un ejemplo luminoso para la clase trabajadora, un pozo de entusiasmo. Aunque sus camaradas lo consideraban un “caudillo revolucionario”, él nunca se tomó como tal, fue un hombre caracterizado por su modestia, apasionado por la lucha y derrochaba entrega entera a la gran causa de la revolución social. “Durruti no mandaba, convocaba” decía su compañero Karl Einstein. Era la convicción con la que contaba sus estrategias y procedimientos era lo que provocaba que todo el mundo, sin discusión, acatara sus órdenes. No obedecían a ningún general ni a ningún superior, le obedecían porque sabían que, como el resto de camaradas, tenía un propósito a conseguir: La emancipación de las clases oprimidas.
"Ningún
gobierno lucha en contra del fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve
que el poder se les escapa de sus manos, alzan el fascismo para mantener sus
privilegios."
Buenaventura Durruti.