miércoles, 18 de noviembre de 2015

El anarquismo en el laberinto ideológico: Una aproximación histórica

Si alguien estudia la historia del movimiento ácrata podrá darse cuenta, entre otras cosas, que el caso del anarquismo hispano es paradigmático en la historia, tanto por su posición vanguardista a principios del siglo XX, como por la dotación de unas organizaciones y unos procedimientos de lucha que fueron pioneros en lo que respecta a la consecución de derechos sociales y la dotación de una conciencia social y obrera. Y fue, precisamente, por su posición vanguardista, que provocó inevitablemente que el movimiento anarquista tuviera que enfrentarse a diversos debates internos sobre la colaboración con otras ideologías obreristas y de izquierdas, así como saber a quién considerar amigo o enemigo en los tiempos de la guerra social contra la burguesía.

Movimiento libertario y catalanismo progresista
Presos políticos en la Modelo de Barcelona (1930). Entre ellos, Lluís Companys, Ángel Pestaña (CNT) y Joan Lluhí (ERC).

Si hubo una zona del Estado español donde el anarquismo arraigó desde un principio y demostró su gran potencial, fue, sin duda, en Cataluña. Y si era en el ‘Comtat Gran’ donde mayor presencia anarquista hubo, fue de esperar que el movimiento ácrata tuviera que relacionarse con los elementos más progresistas del catalanismo. Dicha relación, alcanzaría su máximo apogeo entre los últimos años de la década de los años ’10 hasta 1923, concretamente hasta el 10 de marzo de este último año, en la que el dirigente cenetista Salvador Seguí murió asesinado por el Sindicato Libre. Y es que Salvador Seguí fue el máximo exponente del anarquismo de corte catalanista y, por extensión, de la relación entre la C.N.T con diversos partidos independentistas, como fue el caso del partido Estat Català, presidido por Francesc Macià. “El Noi del Sucre”  aseguraba que hablar catalán y desear la liberación nacional de Cataluña no implicaba la renuncia a las inquietudes internacionalistas. Por aquellos años, todo el mundo sabía de la gran amistad existente entre Francesc Macià y Salvador Seguí. El Seguí sindicalista y el Macià separatista estaban muy de acuerdo en diversos puntos, tanto referentes a la liberación nacional, como en las reivindicaciones proletarias. Salvador Seguí mostró su catalanismo en el ateneo de Madrid, el 4 de octubre de 1919, como Secretario regional de la C.N.T:

Nosotros, lo digo aquí en Madrid, y si conviene también en Barcelona, somos y seremos contrarios a estos señores que pretenden monopolizar la política catalana, no para conseguir la libertad de Cataluña, sino para poder defender mejor sus intereses de clase y siempre atentos a socavar las reivindicaciones del proletariado catalán. Y yo os puedo asegurar que estos reaccionarios que se autodenominan catalanistas lo que más temen es el enderezamiento nacional de Cataluña, en el caso de que Cataluña dejara de estar sometida. Y como que saben que Cataluña no es un pueblo servil, ni siquiera intentan desligar la política catalana de la española. En cambio, nosotros, los trabajadores, como con una Cataluña independiente no perderíamos nada, al contrario, ganaríamos mucho, la independencia de nuestra tierra no nos da miedo. Estad seguros, amigos madrileños que me escucháis, que si algún día se habla seriamente de independizar Cataluña del Estado español, los primeros y quizás los únicos que se opondrían a la libertad nacional de Cataluña, serían los capitalistas de la Liga Regionalista y del Fomento del Trabajo Nacional.

El cenetista Simón Piera, en sus memorias, explica que en el exilio francés durante la dictadura de Primo de Rivera, en 1924, era habitual ver a anarquistas viviendo –y conspirando- con miembros de Estat Català, y añade que “Los obreros afiliados a la C.N.T no se opondrían nunca a la liberación de una determinada región del poder central que, por su voluntad soberana, decidiese federarse y no ligarse al poder central. No podrían combatir un sistema orgánico que ellos mismos practican por la defensa de sus intereses de clase”.
Joan García Oliver, nos muestra en su autobiografía “El eco de los pasos”, unas palabras muy reveladoras en cuanto a relaciones entre el sindicato C.N.T y Estat Català durante los años ’20 y ’30; García Oliver cuenta que “En Esparraguera y en otras partes de Cataluña, en virtud del acuerdo de la regional catalana de la C.N.T de luchar conjuntamente con el “Comité d’Estat Català” que presidía Macià en París, existían estrechas relaciones entre los sindicalistas y separatistas catalanes”. García Oliver prosigue, esta vez sobre su amistad con Macià: “(…) Visité varias veces a Macià. El aislamiento en que lo tenían los demás políticos acrecentó mi simpatía por él. Perdió su carrera en el ejército español al pasar a ser político separatista, lo que a mí no dejaba de ser un antecedente a su favor”.

La dictadura de Primo de Rivera no hizo más que reforzar esta colaboración entre dos movimientos aparentemente con pocos elementos en común. Tal dictadura hizo que una razón de interés, el interés de la libertad, unificara –aun más- en el combate contra el Estado español a las dos fuerzas más atacadas por el régimen, que eran el independentismo catalán y el anarcosindicalismo. Sobre este tema, el anarcosindicalista Ricardo Sanz en “El sindicalismo y la política” explica que “la dictadura (de Primo de Rivera) había logrado limar asperezas y hasta antagonismos entre el catalanismo y sindicalismo. La mayoría de separatistas eran obreros, por tanto, como tales, conocían la vida de los explotados. Por otra parte, los anarcosindicalistas, cuanto más cultos y capacitados, mejor conocían, por haberlo estudiado, el llamado problema separatista. (…) Frente a la dictadura militarista, los elementos revolucionarios del separatismo catalán no se conformaron con vivir de rodillas, sino que pasaron a la acción subversiva, desde la propaganda escrita al atentado organizado.
Como se ha apuntado anteriormente, fue durante el régimen de Primo de Rivera (1929-1930) cuando el catalanismo de base popular alza su vuelo. En ese preciso momento el catalanismo dejó de ser un ideal romántico perteneciente a los sectores intelectuales y pequeñoburgueses para convertirse en un elemento político más de las masas explotadas, tanto de cariz socialista como anarcosindicalista. El centralismo del Estado español, una vez más, fue contraproducente a la hora de intentar frenar el nacionalismo. La dictadura de Primo de Rivera hizo mucho más por el crecimiento del sentimiento nacionalista e independentista catalán que los partidos nacionalistas catalanes de entonces.

El movimiento anarquista y el marxismo

En el II Congreso de la C.N.T celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid se aprobó la adhesión (provisional) del sindicato libertario a la III Internacional con el respectivo envío de una comisión de delegados a Moscú para dar información de primera mano y establecer relaciones “diplomáticas”. Desde el principio de la Revolución Rusa de 197 el anarquismo hispano se mostró, mayoritariamente, entusiasta y favorable a dicha revolución, gracias a la propaganda anarquista que llegaba desde Rusia y que veían la revolución rusa como la oportunidad para establecer la ansiada sociedad sin clases. Aunque corría un mayor entusiasmo dentro del movimiento ácrata español sobre el proceso revolucionario ruso, sobre todo a raíz del establecimiento de ‘soviets’ (consejo o junta en ruso), el periódico anarquista Tierra y Libertad, hacía apología formal de la revolución proletaria acaecida en Rusia, mientras que Solidaridad Obrera, máximo órgano propagandístico de la C.N.T., se mostraba más reticente a la “dictadura del proletariado”. En verano de 1920, el dirigente anarcosindicalista Ángel Pestaña partió hacia Rusia para entrevistarse con Lenin. Pestaña no debió salir muy contento de dicha entrevista ya que a partir de ese verano todo el apoyo anarquista a la revolución rusa desapareció, a partir, también, de la propaganda “antibolchevique” del movimiento anarquista ruso, el anarquismo hispano empezó a criticar duramente la no existencia de ‘soviets’, la excesiva burocratización y el autoritarismo bolchevique que habían convertido la “dictadura del proletariado” en “dictadura del partido”. Se criticaba, a partir, también, de las noticias traídas por el socialista Fernando de los Ríos, el cual también se entrevistó con Lenin en 1921, la supeditación de los sindicatos rusos al Partido comunista y la gran represión hacia todo el movimiento ácrata.
Paralelamente a esto, hubo un sector, aunque minoritario, del anarcosindicalismo que cada vez se iba acercando más y más a las posturas soviéticas. Fueron el caso de personalidades como Maurín, Pere Bonet o Eusebio Rodríguez, que, aunque intentándolo con todas sus fuerzas, no consiguieron ‘controlar’ ningún sindicato. El 28 de abril de 1921 se decidió elegir a una delegación anarcosindicalista con el propósito de que viajaran a Moscú. Tal delegación estuvo formada por las personalidades anteriormente citadas más Andreu Nin y el francés Gaston Leval. A excepción de Leval, todos los demás abandonaron definitivamente la ideología anarquista y abrazaron el marxismo.
A partir de aquí, las diferencias entre el naciente movimiento comunista y el anarquista son cada vez mayores. Periódicos como Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera o La Revista Blanca comenzaron a traducir todos los textos de críticas a la joven Unión Soviética escritos por personalidades de renombre internacional en aquel momento como Emma Goldman o Rudolf Rocker. Estas diferencias tendrían su punto álgido en la Guerra Civil española, concretamente en los sucesos de mayo de 1937, en los cuales se produjo una verdadera “intra-guerra” civil entre el sector anarquista y el sector republicano-comunista.

Anarquismo y republicanismo

El movimiento anarcosindicalista se vio obligado, desde la dictadura de Primo de Rivera, a tener que acercar posturas si querían acabar con la dictadura militar. Alfonso XII, al ver lo impopular que estaba siendo el gobierno de Miguel Primo de Rivera, decidió deshacerse de él, poniendo al mando al General Berenguer en enero de 1930, con la idea de que el nuevo gobierno retornara a una situación constitucional y pacífica. Fue imposible. Las conspiraciones, tanto civiles como militares, contra la monarquía de Alfonso XIII iban en aumento, y republicanos y anarquistas colaboraban cada vez más y más para derrocar al régimen. El marzo de 1930, las fuerzas conspiradoras contra el régimen firmaban el Manifiesto de Inteligencia Republicana, el cual estuvo firmado, también, por la C.N.T. Ángel Pestaña, por aquel entonces, optaba por las vías reformistas y colaboracionistas con el republicanismo, y supo esparcir bien esa idea dentro del seno del movimiento anarcosindicalista. Desde los plenos regionales se censuraba de forma sistemática la oposición de la FAI al reformismo y se abogaba por la vuelta a la legalidad del sindicato rojinegro. La C.N.T. mostró su apoyo a la opinión mayoritaria tendente a la convocación de unas Cortes Constituyentes. Además pedían “el respeto a la jornada legal de ocho horas, libertad sindical y la libertad de todos los presos políticosociales”. En un manifiesto de la CNT, publicado en 1930, se decía:
La CNT debe proclamar su solidaridad circunstancial con todas las fuerzas políticas y sociales que coincidan al exigir la convocatoria de Cortes constituyentes que liquiden el pasado y abran un nuevo cauce a la corriente de pensamiento moderno.
Vemos, pues, como desde la CNT, se consideró que no era incompatible la “solidaridad circunstancial” con el republicanismo, con el ideal anarquista y revolucionario. Asimismo, el Comité Nacional de la CNT, para no recibir críticas desde el sector más ortodoxo del anarquismo y de la FAI, concretó lo siguiente:
El Comité Nacional manifiesta clara y terminalmente que no se ha comprometido con nadie, absolutamente con nadie, para ninguna acción revolucionaria. Ni pactos ni compromisos.

De esta forma la CNT mandaba un aviso a las fuerzas republicanas para hacerles saber que solo apoyarían la voluntad del pueblo a acabar con el régimen monárquico pero que, una vez establecido el futuro régimen republicano, el movimiento anarcosindicalista volvería a ser un movimiento “al que se le deberían apretar los tornillos” desde el Estado.

Las firmas del Manifiesto de Inteligencia Republicana y las distintas acciones conspirativas contra Alfonso XII, hicieron que un sector importante del anarquismo estableciese cada vez más contactos amistosos con las fuerzas republicanas, sobre todo con el republicanismo catalanista. En octubre de 1930, se firmó el famoso Pacto de San Sebastián, en el cual todas las fuerzas republicanas del Estado español expondrían la necesidad de proclamar la República española y poner fin a la monarquía. A la firma de este pacto la CNT no se adhirió, pero sí que envió a dos delegados en calidad de observadores. La monarquía se tambaleaba, y las reuniones clandestinas con planes conspirativos iban en aumento. La CNT consiguió arrastrar a sus filas a algunos militares de la sublevación de Jaca, tales como Fermín Galán, Alejandro Sancho o el mismísimo Ramón Franco, hermano del ‘Caudillo’. Pero las primeras desavenencias con el republicanismo iban apareciendo, y la CNT, considerando como “política dilatoria” los procedimientos de las fuerzas firmantes del Pacto de San Sebastián, decidió ir por libre y comenzar a preparar acciones insurreccionales por toda la geografía española. Se formó un comité anarquista formado por Salvador Quemades y Rafael Vidiella que, con la ayuda de elementos del nacionalismo catalán, se encargaron de preparar las distintas acciones. Se produjeron distintas huelgas y sabotajes en Levante, Zaragoza y Logroño, pero de poca relevancia ya que el diez de octubre de 1930 el gobierno detuvo y encarceló a los militares republicanos implicados, a los republicano-nacionalistas Lluís Companys y Joan Lluhí y a los anarquistas Ángel Pestaña y Clara Sirvent.
El 29 de octubre, una delegación venida desde Madrid y formada por Miguel Maura y Ángel Galarza, se entrevistaron con los cenetistas Joan Peiró y Pere Massoni, con los que acordaron “establecer una inteligencia con los elementos políticos para crear un movimiento revolucionario”. En el mismo momento en que la conspiración antimonárquica alzaba el vuelo, la CNT se dividía en dos. Por una parte el sector más ortodoxo, representado por la FAI, criticaba que el sindicato tuviera relaciones con el movimiento republicano y hacia énfasis en ir por vía libre y dar comienzo a la revolución. Por otra parte, el sector más moderado y pragmático, que consideraba necesario establecer relaciones con el sector republicano y avanzar hacia la Segunda República española. La CNT, en su mayoría, después de las reuniones con los elementos republicanos, apoyó el movimiento pero no pactó nada, no quería hipotecar su libertad. En ese momento, la CNT jugaba un doble papel, por una parte la de no poner obstáculos a las conspiraciones republicanas contra la monarquía, y, por otra, la de mantener una imagen limpia de toda política institucional. Una última acción conjunta del republicanismo y el anarquismo fue la huelga general convocada el 15 de diciembre de 1930, que acabó en represión policial y con las prisiones del Estado repletas de conspiradores ácratas y republicanos. Pero la monarquía de Alfonso XIII ya estaba herida de muerte. El 12 de abril de 1931 se producen las elecciones municipales que, a modo de elecciones plebiscitarias, darían la victoria a las fuerzas republicanas. El voto obrero, y en parte anarquista, fue altamente decisivo para el triunfo de las fuerzas progresistas. Así lo explicaba Joan Peiró:

No voy yo a negar, que los sindicalistas revolucionarios, contribuimos indirectamente al triunfo electoral del 12 de abril. Las masas del pueblo, que sabían del dolor de los aguijonazos de la tirana Dictadura, sentían irresistibles ansias de cambiar el decorado político de España. Sus ansias trocaron en el anhelo republicano y nosotros –y todos los anarquistas también- impotentes por encauzar aquella formidable corriente antimonárquica por cauces superiores a la República, nos echamos a un lado y dejamos que el pueblo desbordado en santo entusiasmo hiciera su voluntad. No dijimos jamás a los trabajadores que acudieran a las urnas electorales; pero tampoco les dijimos que dejaran de ir a ellas.