sábado, 28 de febrero de 2015

Exarchia, el barrio insumiso

Hay un barrio en el centro de Atenas que no es como los demás. Paredes y muros están revestidos con carteles y grafitis de contenido político, estrellas rojas y negras. El nombre de este barrio es Exarchia: un barrio insumiso, ingobernable, que se ha erigido como foco de las protestas contra el Estado y el capitalismo. Cualquier institución gubernamental no es bien recibida en este combativo barrio desde que, en 2008, la policía griega asesinó al adolescente Alexis Grigoropoulos.
                                                      

Sin duda alguna, no estamos hablando de un barrio que se caracterice por la abundancia del dinero, todo lo contrario, pero sí que abunda la solidaridad, el apoyo mutuo entre las víctimas de esta crisis del capital. Existen desde cocinas populares hasta centros sociales encargados de gestionar trueques de profesiones y servicios. Es muy simple: cada cual sirve a la comunidad según sus cualidades sin dinero de por medio. Pero ante estas prácticas en el barrio griego hay que dejar clara una cosa: no hay ningún atisbo de caridad. No importa si tienes dinero o no, lo único que se ‘exige’ es que aportes algo a la comunidad para así poder ser ‘retribuido’ con otro tipo de servicio. Los vecinos y vecinas de Exarchia quieren vivir de otro modo, repudian la individualista y deshumanizada vida de la urbe capitalista.  Los alquileres baratos, el colorido de los edificios, el ambiente comunitario y solidario que se respira... todo ello contribuye a que cada vez más visitantes se muestren curiosos por este peculiar barrio heleno.

Pero hay algo oscuro en este barrio, hay algo que distorsiona la idílica imagen de Exarxhia: la droga. El consumo y venta de estupefacientes ha comenzado a introducirse en el barrio griego de la mano de las mafias e inmobiliarias como forma de desprestigiarlo  e intentar así que ningún otro barrio siga el ejemplo de Exarchia. Tenemos varios ejemplos históricos de cómo los gobiernos han introducido la droga en ciertas zonas para apagar la disidencia y las conciencias revolucionarias, tales como la introducción del  crack por parte de la C.I.A en los barrios afroamericanos controlados por el Black Panther Party en los años ’70, o la droga introducida por el Gobierno español, a través de la Policía Nacional, en la juventud revolucionaria vasca en la década de los ’80.

Como ya hemos dicho antes, Exarchia no es un barrio normal. Es un barrio donde se respira política, anarquismo, resistencia y espíritu comunal. Fue en este barrio donde comenzaron las protestas estudiantiles en 1967 contra la dictadura militar, fue en este barrio donde el la dictadura helena firmó su sentencia de muerte al entrar en la Universidad Politécnica con un tanque y aplastar al estudiantado. A partir de 1974, con la implantación de la democracia liberal, Exarchia se convirtió en el hogar de los movimientos de izquierda, de artistas, intelectuales y hasta grupos de guerrilla urbana tales como la Organización Revolucionaria 17 de Noviembre, grupo armado de ideología marxista y que luchó principalmente contra la injerencia estadounidense en suelo heleno.

Al ser un barrio altamente politizado, y concretamente con una política totalmente contraria a los intereses del Estado griego, los episodios de violencia policial han sido notorios y residen en la memoria de toda la comunidad de Exarchia. En noviembre de 1985, en la conmemoración de la revuelta estudiantil de 1973, Michalis Kalteza, una estudiante de 15 años, era abatida a balazos por un policía antidisturbios. Hace seis años, en 2008, el joven Alexis Grigoropoulos también fue asesinado a balazos por la policía en el barrio de Exarchia durante unos fuertes disturbios. El acoso policial en el barrio griego es constante y es por ello que la comunidad vecinal, lejos de mostrar una actitud pasiva, se muestra ‘en pie de guerra’ de forma constante contra las fuerzas de choque helenas. Exarchia recuerda la violencia policial, y la policía no hace méritos para que se olvide.

Lejos del morbo que supone para los medios de comunicación presentar al barrio heleno única y exclusivamente como bastión de la extrema izquierda y de la lucha contra la policía, Exarchia se caracteriza por un enorme espíritu comunitario único. Las cooperativas, centros culturales y sociales se multiplican y expanden por Exarchia. Alguien puede pasear por toda Atenas y ver gran cantidad de comercios, cafeterías y todo tipo de establecimientos vacíos por la crisis, pero en Exarchia eso no ocurre: cafeterías, librerías autogestionadas, comercios cooperativos y alternativos o teatros están siempre llenos de vecinos y vecinas y visitantes de fuera del barrio.  La solidaridad, el apoyo mutuo, la acción directa contra las fuerzas represivas del Estado,... todo ello contribuye a la resistencia de Exarchia. Una cuna de estilos de vida alternativos que ha convertido al barrio heleno en una zona acogedora para vivir y visitar, y en un lugar donde el colectivo inmigrante puede sentirse seguro y no preocuparse de posibles agresiones por parte de Amanecer Dorado.

Para la juventud helena, Exarchia se ha convertido en un espacio de resistencia urbana y de formación política. Un escenario para la libertad de expresión, donde pueden mostrar su desencanto –y muchas veces su ira- contra un Estado que ignora sus necesidades y aboca a miles de personas a la más estricta miseria y precariedad.
Exarchia lo es todo, paradigma de la resistencia anticapitalista y renovación de la sociedad a través de la solidaridad y unidad comunitaria, pero a la vez es un símbolo de ira contra el sistema económico que ha desolado a Grecia.


viernes, 27 de febrero de 2015

La miseria de la acumulación de fuerzas

Este artículo bien podría ser uno más en la batería de escritos titulados "Por qué X partido debe desaparecer", sin embargo las organizaciones a las que habría que aludir serían tantas que perdería el sentido hacerlo. Cabría mencionar a una en especial, eso sí, que aun con los años se resiste a irse y a pedir perdón: el PCPE. Pero ya nos referiremos a ella más adelante. 

Para empezar, la estrategia de la acumulación de fuerzas, que es la que lleva a la redacción de este artículo, no ha aparecido de repente en el movimiento autodeclarado comunista, sino que ya tiene un largo recorrido cuyo principio reside en el teórico Antonio Gramsci. Otras estrategias igualmente erróneas la siguen e incluso llegan a interrelacionarse con ella, caso en el que encajaría a la perfección la teoría de la Guerra de posiciones.

La guerra de posiciones, para Gramsci, es la lucha básica de la clase obrera por obtener la hegemonía en la población. La hegemonía, por este lado, se constituye en virtud del comportamiento gubernamental, del parlamento y el sistema jurídico, etcétera, y también en el espacio formado por sindicatos, partidos, medios de comunicación, centros educativos, centros culturales y demás lugares acogidos en la ley. A su vez, estos espacios son abiertos a la confrontación social, donde pueden combatir los dominados para cambiar la correlación de fuerzas, es decir, acumulando las suyas. Sin embargo, y como es de lógica, si la motivación de una estrategia carece de coherencia interna o básica, ésta pierde su validez. Así fue el caso de la acumulación de fuerzas, que se basó en una teoría que olvidaba por completo la fase imperialista del capitalismo, en la que las leyes cercaban las libertades democráticas contenidas en las constituciones, cuyos principales artículos no habían sido entorpecidos hasta entonces. He aquí, entonces, el fallo: la inscripción y/o aceptación de esta legislación caparía por completo la acción e independencia de una organización revolucionaria, pues precisamente estaría orientada a esta misma labor.

De esta manera, ya todo lo que nos concierne quedaría invalidado, sin necesidad de analizarlo en demasía. Por el contrario, con tal de ofrecer una explicación un poco decente del porqué del título de éste artículo, no estará de más mencionar algo sobre lo que se ha estado haciendo referencia, con la intención de no dejar títere con cabeza (en el sentido más literal).

¿Es la acumulación de fuerzas una estrategia de pasividad? Así lo atestiguan los ejemplos, tales como el PCPE, que llaman a posicionarse en contra de cada reforma como si fuese la primera o como si sólo fueran éstas lo malo y no el capitalismo en sí (ej: "¡Contra el 3+2!"), ofreciendo meramente como alternativa revertir privatizaciones y recuperar servicios públicos que se financian de la explotación de otros lugares del planeta y que hasta ahora sólo favorecían a una pequeña porción de la clase trabajadora. ¿Y el socialismo? ¿Dónde lo dejamos?

Así pues, declarar la guerra también a las organizaciones que pretendan abandonar a la clase trabajadora llevando a cabo ciertas estrategias se torna algo muy sano y necesario, con tal de hacer avanzar el movimiento. Y, como siempre, al acabar de leer esto, no se pongan nervioses y les salga la vena sectaria; ya saben que no es bueno para la consecución del socialismo. Así como tampoco lo es esconder la existencia de socialdemocracia donde sí la hay.




martes, 17 de febrero de 2015

Sobre la necesidad de un sindicalismo revolucionario

En la historia de la humanidad, a excepción de algunos paréntesis de emancipación popular, el autoritarismo impuesto desde las instituciones políticas –desde los antiguos imperios hasta las democracias liberales de hoy, pasando por monarquías absolutas- el régimen de propiedad privada de los medios de producción y la sociedad heteropatriarcal, sufrida concretamente por el género femenino y las personas homosexuales,  han sido los grandes bozales de los pueblos, a través de esas instituciones políticas que nos gobiernan desde hace siglos, y que aun con un largo historial de modificaciones y transformaciones de índole superficial han mantenido como lote indispensable para las clases desposeídas y los colectivos oprimidos, la sumisión, la servidumbre, el hambre y la miseria.

La agrupación sindical 
El sindicato  es –y debe ser- el centro por excelencia que, por su constitución, da respuesta a las aspiraciones que impulsan al proletariado. ¿Qué es, entonces, un sindicato? El sindicato debe ser la asociación de la clase trabajadora unida por un lazo corporativo, esto es, por la consecución de unos mismos fines en tanto que se pertenece a un mismo grupo social, en este caso, la clase trabajadora. Según las condiciones, esta agrupación sindical puede manifestarse para con un solo oficio, o para englobar a diversos oficios resultantes del surgimiento y crecimiento de las urbes. Sea cual sea la forma de manifestarse, sus esfuerzos deben ir ligados a concurrir hacia la misma obra común: la emancipación del pueblo.

La principal tarea y fin perseguido por el sindicato debe ser la lucha constante contra la explotación, forzar – a través de las medidas y vías que impongan las circunstancias- a respetar las mejoras conseguidas frenando toda tentativa de regresión. Luego, otra de las tareas del sindicalismo revolucionario es la de atenuar la explotación a través de la consecución de reformas parciales, como podrían ser la reducción de horas semanales, aumento salarial, mejoras de higiene y equipamiento en la zona de trabajo, etc. Estas primeras tareas coinciden, también, con las tareas clásicas del sindicalismo revolucionario, pero no por ello podemos olvidar las necesidades que hoy surgen, sobre todo con los colectivos oprimidos, hasta hoy invisibilizados, pero que cada vez más empiezan a pedir su espació legitimo en la tarea revolucionaria. Es por ello que hay que añadir a los primeros objetivos del sindicato la creación de sus respectivas secciones feministas, tranfeministas, antirracistas y demás secciones que se ocupen primordialmente de combatir cualquier actitud opresiva y/o discriminatoria para con los diversos colectivos oprimidos ya sea por parte de la patronal como de la propia clase trabajadora.
El sindicato también ayuda a preparar la coordinación de las relaciones de solidaridad, no solo entre el cuerpo trabajador, sino también entre las distintas ramas del propio sindicato y entre otros sindicatos distintos, allanando así, cada vez más, el campo para la expropiación capitalista, la cual constituye la única base que posibilita como punto de partida para la transformación integral de la sociedad.
Solo tras la legítima destrucción de la vieja sociedad, y la construcción de la nueva, podrá ser aniquilada, de forma paulatina, toda posibilidad de parasitismo y discriminación de o hacia ciertos colectivos que a día de hoy siguen siendo invisibilizados y/o oprimidos. Es pues que, gracias al sindicato, la cuestión social se presenta de forma nítida y clara, mostrando claramente la demarcación entre clases desposeídas y amos, explotadores. Porque así es la historia de la humanidad: por un lado, los pueblos, los robados; por otra parte, la clase explotadora, los ladrones.

Constitución del sindicato
Como en todo colectivo o agrupación, sea el tipo que sea, es importante la cotización regular de sus adherentes, pero no es sino la parte más pequeña de lo que un sindicato revolucionario está obligado a hacer. Debe, por supuesto, que su función primordial no es su crecimiento monetario sino la multiplicación y elevación de la conciencia de clase y la conciencia revolucionaria, aportando cuatro elementos básicos:
-La percepción de cada individuo como perteneciente a las clases dominadas.
- Percepción de que el régimen capitalista son el enemigo permanente de las clases trabajadoras.
-“La totalidad de clase”, es decir, ver como las interrelación entre las dos anteriores son la causa de la situación de las clases dominadas.
-Concepción alternativa de sociedad. Objetivo final (sociedad comunista) como meta a llegar a través de la lucha contra el oponente.

Pero después de que el sindicato revolucionario sea capaz de conseguir hacer interiorizar estos cuatro elementos en el seno del cuerpo trabajador debe añadir tres más, que no son más que prolongaciones necesarias de estas cuatro anteriores.
-Percibir el orden social, político y económico actual como un orden injusto.
-Reconocer la posibilidad de un cambio de sistema.
-Percepción de que esta reorganización social solo puede hacerse a través de la acción revolucionaria de las clases desposeías y colectivos oprimidos.

El y la trabajadora constituye la célula primordial del sindicato. En los partidos reformistas y capitalistas, con su modo de ensalzar el sufragio universal como único modo de incidencia del militante, se reproduce una disminución permanente de de la personalidad humana, es decir, la transformación del militante en simple ‘ganado’ que no puede incidir de forma decisiva en los procedimientos de su colectivo, en este caso, de su partido. En el sindicato revolucionario esto no puede ni debe ocurrir, pues el individuo se encuentra con sus camaradas en igualdad de condiciones a la hora de incidir en el sindicato, pues no hay superiores ni “representantes” que antepongan sus pretensiones a las de la base, y sin la existencia de consejos o departamentos que actúen o hablen por alguien.


El sindicato, escuela de acción
El sindicato revolucionario debe caracterizarse por ser una escuela de acción y voluntad. El sindicato no puede convertirse en ese tipo de sindicatos, que ‘gracias’ a CC.OO y U.G.T tenemos en mente, que son dominguillos de la patronal y del gobierno, que aprovechan para ‘trincar’ si tienen la oportunidad. No, estamos hablando de un sindicato como herramienta indispensable de las clases oprimidas para hacer la revolución. El sindicato no puede a aspirar a ser un saco de militantes que hacen una asamblea semanal o mensual, que pagan sus respectivas cuotas y se van para casa. No, el sindicato debe alentar constantemente a la movilización, a la acción directa, a la propaganda, en una palabra, al movimiento por y para la revolución social. Otra tarea importante del sindicato es anteponerse como antítesis de la caridad y de todas esas instituciones que se hacen valer de ella, ya sean religiosas, estatales o privadas. Los colectivos caritativos no son más que simples calmantes que no pueden bajo ningún concepto significar un remedio real para la miseria, la desigualdad y la explotación. Es por ello que el sindicalismo revolucionario debe llevar por bandera la solidaridad, y no el asistencialismo o la caridad.
Tras haber afirmado que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos” el sindicato debe también esparcir la idea general de que el sometimiento económico de los y las trabajadoras ante la clase empresarial es la causa primera de su sumisión política y moral.

La obra emancipatoria, hoy como ayer
La tarea revolucionaria del sindicato debe tener un doble objeto: Por una parte debe perseguir la mejora de las condiciones presentes de las clases trabajadoras. Pero sin dejarse obsesionar por estas obras transitorias y parciales, el sindicato revolucionario debe preocuparse por hacer posible la lucha por la emancipación integral de los y las oprimidas de forma integral, a través de la expropiación capitalista y la destrucción del Estado. Así pues, frente a la patronal, frente a la clase empresarial, debe erigirse el sindicato revolucionario como forma de defensa de la integridad de las clases oprimidas para pasar de conformarse con las migajas de los privilegios a la consecución de la emancipación total. El sindicato, a sabiendas de que el Estado es el gendarme del capital, tanto nacional como internacional, debe desconfiar constantemente de él y desconfiar de todo “regalo” o “facilidad” que ponga el Estado al sindicato revolucionario. Esto puede provocar confusiones respecto a la hora de aceptar concesiones parciales para las clases trabajadoras. Nada más lejos de la realidad, el sindicato revolucionario y sus militantes no deben sentir repugnancia hacia la conquista de mejor fragmentarias, pues cualquier trabajador o trabajadora prefiere vivir con mil euros al mes que con ochocientos. Solamente que se desea que esas conquistas parciales sean reales. Por ello, en vez de esperar esas mejoras por parte de la ‘bondad’ gubernamental y patronal, se deben arranar desde la calle, desde la ardua lucha social, a través de la acción directa.
Pero sin duda alguna, y como hemos descrito más arriba con otras palabras, el sindicato revolucionario y sus militantes no deben perder el horizonte en el cual está la mejora más deseada y condición necesaria para la emancipación integral de las clases desposeídas: terminar con las injusticias y desigualdades desde la raíz, esto es, acabar con el capitalismo y el Estado que lo sustenta.

Sindicalismo revolucionario como elaboración del porvenir
Para terminar, recordar que además de la obra de defensa cotidiana, los y las sindicalistas tienen la indispensable tarea de preparar la nueva sociedad que está por venir.
Las clases y colectivos hoy oprimidos, mañana serán la célula principal del nuevo orden. Sería imposible concebir una transformación social real sobre otras bases. Será una revolución social y no una revolución política, la que pretendemos hacer.


"Los sindicatos no son organismos desligados de la política, toda vez que se inspiran en el principio de la lucha de clases. Y no puede ser de otro modo. Porque ¿quién compone los sindicatos? Los compone la clase obrera: los panaderos, los albañiles, los metalúrgicos: En una palabra, los explotados". José Díaz Ramos.  


martes, 10 de febrero de 2015

La Internacional anarquista y la “Gran Guerra”


 El 15 de febrero de 1915 treintaicinco  anarquistas de mucho renombre a nivel mundial y de diversas nacionalidades, como Emma Goldman, Errico Malatesta, Alexandre Berkman o Alexandre Schapiro firmaron un manifiesto de oposición a la 1ª Guerra Mundial acaecida, principalmente, en Europa, África y Oriente Medio. Dicho conflicto bélico se saldó con la muerte de nueve millones de soldados.

                Europa en fuego, una decena de millones de hombres metidos en la más espantosa carnicería que jamás haya registrado la historia, centenares de millones de hombres y de mujeres y niños en lágrimas, la vida económica, intelectual y moral de siete grandes pueblos brutalmente suspendida, la amenaza cada día más grave de complicaciones militares nuevas, tal es, tras cinco meses, el penoso, angustioso y odioso espectáculo que nos ofrece el mundo civilizado.
Espectáculo esperado, sin embargo, al menos por los anarquistas.                                                                                                  
 Pues ellos nunca han dudado –los terribles acontecimientos de hoy fortalecen esta seguridad- de que la guerra está en permanente gestación en el organismo social actual, y que el conflicto armado, restringido o generalizado, colonial o europeo, es la consecuencia natural y el desenlace necesario y fatal de un régimen que tiene por base la desigualdad económica de los ciudadanos, que descansa en el antagonismo salvaje de los intereses, y que coloca al mundo del trabajo bajo la estrecha y dolorosa dependencia de una minoría de parásitos, detentadores a la vez de poder político y del poder económico. La guerra era inevitable: viniese de donde viniese, tenía que estallar. No en vano, tras un siglo, se preparan febrilmente los más formidables armamentos y se aumentan cada día más los presupuestos de la muerte. Perfeccionando constantemente el material de guerra, tendiendo continuamente a llevar a todos los espíritus y a todas las voluntades hacia la mejor organización de la máquina militar, no se trabaja por la paz.

De este modo es ingenuo y pueril, tras haber multiplicado las causas y las ocasiones de conflictos, tratar de establecer las responsabilidades de tal o cual gobierno. Ya no hay distinción posible entre las guerras ofensivas y las guerras defensivas. En el conflicto actual, los gobiernos de Berlín y de Viena se han justificado con documentos no menos auténticos que los gobiernos de París, de Londres y de Petrogrado. Quien de entre estos o aquellos produzca los documentos más indiscutibles y decisivos para establecer su buena fe y presentarse como el inmaculado defensor del derecho y de la libertad, aparecerá como campeón de la civilización.

¿La civilización? ¿Quién la representa en este momento? ¿Es el Estado alemán con su militarismo formidable y tan poderoso que ha sofocado toda veleidad de revuelta? ¿Es el Estado ruso, cuyo knout, la hora y Siberia son los únicos medios de persuasión? ¿Es el Estado francés con Biribi, las sangrientas conquistas de Tonkin, de Madagascar, de Marruecos, con el reclutamiento forzado de las tropas negras, es esa Francia que retiene en sus prisiones, desde hace años, a camaradas culpables tan sólo de haber escrito y hablado contra la guerra? ¿Es Inglaterra, que explota, divide, difama y oprime a las poblaciones de su inmenso imperio colonial?
No. Ninguno de los beligerantes tiene el derecho de reclamarse de la civilización, como nadie tiene el derecho de reclamarse en estado de legítima defensa. La verdad es que la causa de las guerras, tanto de las que ensangran actualmente a las planas de Europa, como de todas las que han precedido, reside únicamente en la existencia del Estado, que es la forma política del privilegio.

El Estado ha nacido de la fuerza militar; se ha desarrollado sirviéndose de la fuerza militar, y es aún sobre la fuerza militar sobre la que debe lógicamente apoyarse para mantener su omnipotencia. Cualquiera que sea la forma que revista, el Estado no es más que la opresión organizada al servicio de una minoría de privilegiados. El conflicto actual ilustra esto de manera evidente: todas las formas del Estado se encuentran comprometidas en la guerra presente: el absolutismo con Rusia, el absolutismo mitigado de parlamentarios con Alemania, el Estado que reina sobre los pueblos de razas bien diferentes con Austria, el régimen democrático constitucional con Inglaterra, y el régimen democrático republicano con Francia.

La desgracia de los pueblos, todos los cuales estaban sin embargo profundamente inclinados hacia la paz, es haber tenido confianza en el Estado con sus diplomáticos integrantes, en la democracia y los partidos políticos (partidos incluso de la oposición como el socialismo parlamentario), para evitar la guerra. Esa confianza ha sido truncada a voluntad y continúa siéndolo cuando los gobernantes, con la ayuda de toda su prensa, persuaden a sus pueblos respectivos de que esta guerra es una guerra de liberación.
Nosotros estamos resueltamente contra toda guerra entre pueblos y, en los países neutros, como Italia, en que los gobernantes pretenden aun lanzar a nuevos pueblos a la vorágine guerrera, nuestros camaradas se han opuesto, se oponen y se opondrán a la guerra con la última energía.
El papel de los anarquistas, cualquiera que sea la situación en que se encuentren, en la tragedia actual, es el de continuar proclamando que no hay más que una sola guerra de liberación: la que en todos los países se realiza por los oprimidos contra los opresores, por los explotados contra los explotadores. Nuestro papel es el de incitar a los esclavos a la revuelta contra sus amos.
La propaganda y la acción anarquista deben aplicarse con perseverancia para debilitar y disgregar los diversos Estados, para cultivar el espíritu de revuelta y para hacer nacer el descontento en los pueblos y en los ejércitos.  

A todos los soldados de todos los países que tienen la convicción de combatir por la justicia y la libertad, debemos explicarles que su heroísmo y su valentía no servirán más que para perpetuar el odio, la tiranía y la miseria.
A los obreros de la industria hay que recordarles que los fusiles que ahora tienen entre sus manos han sido empleados contra ellos en los días de huelga y de legítima revuelta, y del mismo modo servirán de nuevo contra ellos para obligarles a padecer la explotación patronal.
A los campesinos, hay que mostrarles que, tras la guerra, habrá que volver a encorvarse bajo el yugo y continuar cultivando las tierras de sus señores y alimentando a los ricos.
A todos los parias, recordarles que no deben aflojar sus armas antes de haber arreglado cuentas con sus opresores, antes de haber tomado la tierra y la industria para sí.
A las madres, compañeras e hijas, víctimas de un exceso de miseria y de privaciones, les mostraremos cuáles son los verdaderos responsables de sus dolores y de la masacre de sus padres, hijos y maridos.
Nosotros debemos aprovechar todos los movimientos de revuelta, todos los descontentos, para fomentar la insurrección, para organizar la revolución de la que esperamos el fin de todas las iniquidades sociales.

¡Nada de desvanecimientos, ni siquiera ante una calamidad como la guerra actual! Es en estos periodos tan turbios, en que millares de hombres dan heroicamente su vida por una idea, cuando hay que mostrar a estos hombres la generosidad, la grandeza y la belleza del ideal anarquista; la justicia social realizada por la organización libre de productores; la guerra y el militarismo para siempre suprimidos, la libertad entera conquistada por la destrucción total del Estado y de sus organismos de coerción.

¡Viva la Anarquía!



lunes, 2 de febrero de 2015

Conciencia de clase: por qué Syriza y Podemos no la van a elevar

Para terminar ya con el último mito que rodea a estas dos organizaciones, y de paso, con la batería de artículos sobre ellas, se hace necesario descubrir (en el sentido más literal) la estructura en la que se ha atrincherado la izquierda anticapitalista de este Estado: la conciencia.

La conciencia de clase es algo muy anhelado por la militancia de ese sector, pero muy frecuentemente no tienen conocimientos suficientes como para saber llegar hasta ella. De esta manera, ante la desesperación, se acogen a lo primero que pillan.

Podemos, tanto si se demuestra farsa como si no, elevará la conciencia. Si es que no, concienciará a la gente, si es que sí, la gente verá que su bienestar no puede ser adquirido por la vía electoral.

Frases como éstas están ya muy trilladas, pero tienen un problema fundamental, que a lo largo de este artículo quedará resuelto. Empecemos por el principio.

La clase trabajadora, en su hacer cotidiano, percibe que si el empresario gana, ella pierde. Y que esto se da siempre. Así, cuando nació, desarrolló espontáneamente una conciencia de clase propia, la conciencia económica, es decir, se percató de que tenía unos intereses contrapuestos a la burguesía.

A la luz de esto surgieron importantes movimientos de protesta para mejorar las condiciones económicas y aumentar las libertades políticas. Esta conciencia no daba para más; tal fue el caso de los Cartistas en Inglaterra. Tal es el caso actual cuando clamamos por unas pensiones dignas, contra los recortes, etcétera.

No obstante, esa lucha por mejoras no era suficiente para acabar con la explotación de la clase obrera, que crisis tras crisis ha ido sufriendo el yunque del capital pesando sobre sus espaldas. Se hacía necesaria, pues, una conciencia política, que tuviera como objetivo superar las contradicciones que regían el capitalismo, con tal de que, dicho coloquialmente, todo el mundo comiera.

Esta conciencia no se desarrollaba de forma espontánea en el proletariado, porque evidentemente éste no podía percibir una situación con las contradicciones capitalistas ya superadas; es decir, al contrario del primer caso, el día a día no mostraba nada que sirviera para emanciparse. Por tanto, se hacía necesario que trabajadores y trabajadoras que de una forma u otra habían tenido acceso al conocimiento de la alternativa se organizaran para desarrollarla en la mente colectiva. Algo también conocido como Partido; la llamada vanguardia.

Ante esto, si la conciencia económica sólo podía engendrar lucha por las reformas, la conciencia política debía ejercer necesariamente la lucha revolucionaria, lo que, aplicado al revés, nos da una imagen de lo que se preparaba al inicio del artículo: si Podemos o Syriza sólo dan consignas de reforma, ¿qué conciencia fomentan? La económica. Y al contrario, la política sólo puede desarrollarse inmiscuyéndose en los centros donde la clase obrera resiste o simplemente vive.

En otras palabras, ninguna de las dos organizaciones mencionadas está redirigiendo la conciencia de la clase trabajadora hacia objetivos políticos, y por ende está retrasando e incluso perjudicando aún más la vida de ésta.

Conciencia política significa saber también que el bienestar colectivo ergo la emancipación no puede llegar por unas elecciones, porque por éstas sólo es posible alargar más el sufrimiento de media parte del mundo y de dos tercios de nuestra población. Por tanto, toda persona que se pronuncie conocedora de esto y aun así dé apoyo explícito a organizaciones que juegan con la vida de la clase trabajadora, que sepa que no es bienvenida en esta lucha.

Guerra al oportunismo.