jueves, 7 de agosto de 2014

Palestina e Israel: raíces y desarrollo de un sangriento conflicto (II)

El informe del Libro Blanco

En 17 de mayo de 1939, el gobierno británico de Neville Chamberlain publica el llamado informe del Libro Blanco, patrocinado por el Ministro de Colonias McDonald, que alerta sobre los riesgos que implica la superpoblación en Palestina y sobre la emergencia económica que tiene lugar en la zona: no hay suficientes recursos para mantener una inmigración judía ilimitada. Se propone, pues, regularla, estableciéndose un tope de 75.000 inmigrantes durante los cinco años siguientes. El objetivo es lograr que los judíos representen “solamente” un tercio del total de los habitantes de Palestina.

Este informe motiva la ira de los sionistas, que acusan a las autoridades británicas de “desleales” y “traidoras” y convocan numerosas manifestaciones. Incluso la Haganá, que hasta entonces no ha buscado un enfrentamiento directo con el Reino Unido, empieza a atacar los intereses coloniales británicos. Por otro lado, los árabes consideran insuficientes las propuestas recogidas en el Libro Blanco. Sus líderes feudales inician intensos contactos diplomáticos con Londres para lograr la neutralidad de la metrópolis, pero todo resulta en vano. La percepción, por parte del pueblo trabajador árabe, de ser abandonados por su clase dirigente, motiva que arraiguen en él ideas revolucionarias de tendencia marxista. Se trata de un fenómeno relativamente nuevo entre los árabes palestinos.

Los efectos de la Segunda Guerra Mundial

En Europa, el contexto político y social no favorece que la situación en Palestina pueda tomar un mejor rumbo. La consolidación del régimen nacionalsocialista en Alemania, cuya característica esencial será el antisemitismo extremo plasmado en la persecución y exterminio de judíos, mueve a decenas de miles de hebreos alemanes y centroeuropeos hacia tierras palestinas. Son cerca de 150.000, mayoritariamente alemanes y con amplia preparación académica y técnica, que convertirán al futuro estado israelí ser una de las mayores potencias mundiales en materia de ciencia y de inteligencia militar. Este hecho, además, amplia las diferencias entre los colonos sionistas y los autóctonos, que además se ven obligados a sufrir el látigo del paro. Se trata de una situación generada principalmente por las exigencias racistas del sindicato judío Histadrut, que se opone a la contratación de trabajadores árabes. Muchos de ellos, expulsados de sus tierras en el campo, deambulan por las ciudades sin hogar, sin dinero y teniendo que delinquir para sobrevivir. Aunque los países árabes tratan de invertir en Palestina para fomentar proyectos que puedan emplear a los desempleados, al final estos nunca prosperan: al fin y al cabo, estas naciones no desean buscarse problemas diplomáticos con los británicos, los cuales, junto con los norteamericanos, son los grandes valedores de las inversiones judías en Oriente Medio.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial deja en un segundo plano la cuestión palestina, si bien esta se ve directamente afectada por el gran conflicto bélico mundial. Además de la contundente derrota que, durante la contienda, las tropas británicas y los grupos armados sionistas infligen a la resistencia palestina, el conocimiento de los horrores del Holocausto provoca una oleada de comprensión y de solidaridad con los judíos que se traducen en un aval generalizado al proyecto sionista. Así pues, el presidente de EE.UU., Harry S. Truman, exige a Gran Bretaña que abra las puertas de Palestina a más de cien mil judíos. Los británicos, que tras el esfuerzo bélico han visto mermada su economía, no están en condiciones de rechazar el apoyo norteamericano, que les permite mantener la influencia en Oriente Medio. La propaganda de los Estados Unidos (que a partir de ahora será el principal aliado de los sionistas), sumada al hecho de que algunos líderes palestinos hayan entablado relaciones diplomáticas con el III Reich, dificulta todavía más que los árabes se ganen la simpatía internacional.



El fin del Mandato Británico y el nacimiento del Estado de Israel


El 22 de marzo de 1945, cinco naciones (Irak, Siria, Arabia Saudita, Egipto y Líbano) crean la Liga Árabe, un bloque que pretende llevar y reforzar la defensa de la causa palestina en la esfera diplomática mundial. Una de las primeras medidas de esta organización regional es responder a las conclusiones de la Comisión Anglo-Norteamericana de 1946, que cuestionan la absorción de inmigración judíos por parte del territorio palestino y que abogan por la constitución de un estado indivisible bajo protección internacional: los diplomáticos árabes envían una carta a las autoridades de los EE.UU. en la que cuestionan su injerencia en los asuntos de Oriente Medio y, más concretamente, en el desarrollo del conflicto palestino. También se envía otra epístola al Reino Unido, en este caso de tono más conciliador, con el objetivo es iniciar conversaciones con Londres para desencallar la frágil situación que vive Palestina.

Como de costumbre, las resoluciones angloamericanas tampoco satisfacen a los sionistas más radicales, que se muestran rotundamente contrarios a un alargamiento del Mandato Británico. Su reacción toma la senda de la lucha armada: tienen lugar una serie de atentados especialmente sangrientos contra instalaciones e intereses del Reino Unido a lo largo y ancho de Palestina. Uno de los más feroces es el cometido por el Irgún contra el Hotel King David, el 22 de julio de 1946. En él fallecen 91 personas, entre las cuales 17 judíos. El ataque con bombas es llevado a cabo por el grupo armado sionista en respuesta a la ocupación, por parte de los británicos, de la Agencia Judía, durante la cual se decomisan multitud de documentos secretos que incluyen instrucciones de actividades de espionaje y nombres de miembros de la Haganá; paralelamente, miles de judíos son detenidos. Los documentos son llevados al Hotel King David, que por este motivo es elegido como blanco de los terroristas: por un lado, deben destruirse los informes secretos, que comprometen importantes planes de los sionistas; por el otro, debe lanzarse una advertencia clara a los británicos y darles a entender que el Mandato Británico será atacado si actúa contra sus intereses. Pese a atrocidades de este tipo, el Reino Unido tuvo mucha paciencia con los judíos; no así con los árabes, contra los cuales dirigía campañas militares constantes. Así lo explica Sir Alan Cunningham, alto comisario de Palestina:

“Ningún otro ejército del mundo habrá tenido tanta sangre fría y moderación ante las múltiples provocaciones de los terroristas judíos”.

La masacre del Hotel King David supone un punto de inflexión en las relaciones entre británicos y sionistas. Los primeros, frustrados ante la implacabilidad de las reivindicaciones sionistas, llevan ante las Naciones Unidas  el conflicto, que en noviembre de 1947 votan a favor de la partición de Palestina con tan solo 13 países en contra y 10 abstenciones. Las presiones del lobby judío de los Estados Unidos resultan esenciales para determinar el resultado de esta votación. El reparto final otorga más de un 50% de los territorios a los judíos, que entonces representan una tercera parte de la población. Los abusos por parte de los colonizadores motivan sucesos como la Masacre de Deir Yassin: en esta localidad cercana a Jerusalén, la mitad de su medio centenar de habitantes son asesinados por el Irgún. El hecho de que la mayor parte de los habitantes sean mujeres y niños genera una gran indignación y a la vez una oleada de pánico entre los árabes, que empiezan a refugiarse en Jordania. A partir del 15 de mayo de 1948 los británicos empiezan a retirarse de Palestina, frustrados ante la hostilidad que les han mostrado los sionistas e impotentes ante el clima imperante en la zona. Ese mismo día, el Consejo Nacional Judío proclama, en la ciudad de Tel Aviv, la independencia de Israel. Estados Unidos reconoce ipso facto el nuevo estado.


Nuevos tiempos, nuevos actores: la Liga Árabe y la Unión Soviética

La primera guerra árabe-israelí

La reacción ante la consecución del proyecto sionista no se hace esperar: los ejércitos de los países que integran la Liga Árabe penetran en Palestina y se enfrentan al ejército israelí, dando lugar a la primera guerra árabe-israelí: 30.000 militares judíos contra 23.500 soldados egipcios, jordanos, sirios, iraquíes, libaneses y fuerzas de las milicias palestinas; las cifras de combatientes aumentan en ambas trincheras a medida que avanza el conflicto.
Las Naciones Unidas tratan de poner fin a las hostilidades designando al mediador Folke Bernadotte, noble y diplomático sueco, que dirige el siguiente mensaje a la comunidad internacional.

Los árabes son los habitantes de Palestina. Este es un territorio que las Naciones Unidas han heredado del Reino Unido y, por tanto, los árabes están al cargo de las Naciones Unidas hasta que no se halle una solución definitiva”.

La apuesta de Bernadotte por el retorno de los refugiados palestinos a su hogar y por la desmilitarización de Tierra Santa provocan su asesinato, el 17 de septiembre de 1948, por parte de la organización sionista de extrema derecha Leji (Lojamei Jerut Israel, “Luchadores por la Libertad de Israel”, también conocida como Stern por el apellido de su fundador, Abraham Stern). Mientras tanto, la excelente preparación militar israelí –comentada anteriormente–, reforzada con la experiencia de soldados que han combatido en las filas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, decanta la balanza a favor del recién creado estado. La desmoralización entre los árabes que supone la muerte de Abdelkader al-Husseini, símbolo de la resistencia palestina, en la batalla de Qastel, y el apoyo financiero y logístico (artillería pesada) que reciben los israelíes, acaban resultando factores decisivos para la victoria israelí. La derrota árabe provoca una oleada de refugiados palestinos y es percibida como una humillación en el seno de la Liga Árabe, cuyos países vivirán terremotos ideológicos y golpes de estado. Entre estos destacará el de Gamal Abdel Nasser y sus Oficiales Libres contra el anglófilo rey Faruk de Egipto, ejecutado en 1952.

Nasser: la peor pesadilla de Israel

El presidente egipcio Nasser pretende sacar a Egipto de la postración económica en la que se halla y pide un crédito al Banco Mundial para construir la presa de Asuán e impulsar, de este modo, la agricultura del país. Pero hay un problema: en lo que a política internacional refiere, el rais se ha convertido rápidamente en el portavoz y defensor más carismático del Tercer Mundo ante las grandes potencias coloniales (recordemos que. Ello, obviamente, no gusta nada a las grandes potencias mundiales, que consiguen que la solicitud sea cancelada. Como respuesta, y ante una oleada de indignación por parte de las clases populares de todo el mundo árabe, Nasser nacionaliza la Compañía Universal del Canal de Suez en 1956. Este es el motivo por el cual Egipto pasa a ser considerado un enemigo de primer orden por los Estados Unidos, Israel, Francia, Gran Bretaña y el resto de potencias euroatlantistas. Todas ellas ven gravemente perjudicados sus intereses a causa del ambicioso gesto del líder egipcio y todas ellas tienen, además, sus motivos particulares para guardarle hostilidad: los franceses, por ejemplo, odian a Nasser por su enérgico apoyo al movimiento de emancipación nacional argelino, mientras que los israelíes acusan al rais egipcio de estar armando a los fedayin –guerrilleros– palestinos. Así pues, Israel ataca Egipto el 29 de octubre de 1956, cruzando el desierto del Sinaí e instalando al grueso de sus efectivos militares en la orilla del canal. Cuando el ejército egipcio responde a la agresión, ingleses y franceses intervienen ocupando toda el área del canal. Acaba de empezar la Guerra del Sinaí, que concluye poco tiempo después con la retirada de las fuerzas de ocupación occidentales (previa presión norteamericana). Pese a la victoria militar de Israel y sus aliados, Nasser logra mantener la nacionalización del canal, resultando el verdadero ganador del conflicto.

Sobre la influencia soviética

Uno de los motivos por los cuales Estados Unidos aconseja a Israel, Reino Unido y Francia que abandonen territorio egipcio es tratar de mantener alejado al mundo árabe de la órbita de la Unión Soviética. No olvidemos que en los años cincuenta nos hallamos en plena Guerra Fría y tanto Washington como Moscú, enzarzados en una feroz partida geoestratégica de ajedrez, tratan de arrebatarse mutuamente áreas de influencia. De hecho, la URSS amenaza de intervenir en el conflicto “usando modernas armas de destrucción” contra Francia y el Reino Unido si ambos países no efectúan una rápida retirada. La gran potencia socialista, no lo olvidemos, cuenta con varios asesores políticos y científicos en Egipto.


Más allá del campo estrictamente estratégico, la afinidad también es ideológica. El surgimiento del llamado “socialismo árabe” acerca a los soviéticos y a dirigentes como Nasser, máximo exponente del panarabismo. Pese a las características propias de este movimiento, que pese a su laicismo declarado a menudo se basa en preceptos islámicos y tiende al populismo, los socialistas árabes ven en la Unión Soviética un buen aliado para combatir a los países capitalistas y colonialistas occidentales y, en especial, a los sionistas. Posteriormente, Nasser impulsará el Movimiento de los No Alineados y otros líderes árabes abrazarán el llamado tercerposicionismo, que busca un espacio político propio, al margen del duelo entre las dos grandes potencias.

Por Jordi Peralta (@GorkaAzkoyen).

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