sábado, 28 de febrero de 2015
Exarchia, el barrio insumiso
viernes, 27 de febrero de 2015
La miseria de la acumulación de fuerzas
Para empezar, la estrategia de la acumulación de fuerzas, que es la que lleva a la redacción de este artículo, no ha aparecido de repente en el movimiento autodeclarado comunista, sino que ya tiene un largo recorrido cuyo principio reside en el teórico Antonio Gramsci. Otras estrategias igualmente erróneas la siguen e incluso llegan a interrelacionarse con ella, caso en el que encajaría a la perfección la teoría de la Guerra de posiciones.
La guerra de posiciones, para Gramsci, es la lucha básica de la clase obrera por obtener la hegemonía en la población. La hegemonía, por este lado, se constituye en virtud del comportamiento gubernamental, del parlamento y el sistema jurídico, etcétera, y también en el espacio formado por sindicatos, partidos, medios de comunicación, centros educativos, centros culturales y demás lugares acogidos en la ley. A su vez, estos espacios son abiertos a la confrontación social, donde pueden combatir los dominados para cambiar la correlación de fuerzas, es decir, acumulando las suyas. Sin embargo, y como es de lógica, si la motivación de una estrategia carece de coherencia interna o básica, ésta pierde su validez. Así fue el caso de la acumulación de fuerzas, que se basó en una teoría que olvidaba por completo la fase imperialista del capitalismo, en la que las leyes cercaban las libertades democráticas contenidas en las constituciones, cuyos principales artículos no habían sido entorpecidos hasta entonces. He aquí, entonces, el fallo: la inscripción y/o aceptación de esta legislación caparía por completo la acción e independencia de una organización revolucionaria, pues precisamente estaría orientada a esta misma labor.
De esta manera, ya todo lo que nos concierne quedaría invalidado, sin necesidad de analizarlo en demasía. Por el contrario, con tal de ofrecer una explicación un poco decente del porqué del título de éste artículo, no estará de más mencionar algo sobre lo que se ha estado haciendo referencia, con la intención de no dejar títere con cabeza (en el sentido más literal).
¿Es la acumulación de fuerzas una estrategia de pasividad? Así lo atestiguan los ejemplos, tales como el PCPE, que llaman a posicionarse en contra de cada reforma como si fuese la primera o como si sólo fueran éstas lo malo y no el capitalismo en sí (ej: "¡Contra el 3+2!"), ofreciendo meramente como alternativa revertir privatizaciones y recuperar servicios públicos que se financian de la explotación de otros lugares del planeta y que hasta ahora sólo favorecían a una pequeña porción de la clase trabajadora. ¿Y el socialismo? ¿Dónde lo dejamos?
Así pues, declarar la guerra también a las organizaciones que pretendan abandonar a la clase trabajadora llevando a cabo ciertas estrategias se torna algo muy sano y necesario, con tal de hacer avanzar el movimiento. Y, como siempre, al acabar de leer esto, no se pongan nervioses y les salga la vena sectaria; ya saben que no es bueno para la consecución del socialismo. Así como tampoco lo es esconder la existencia de socialdemocracia donde sí la hay.
martes, 17 de febrero de 2015
Sobre la necesidad de un sindicalismo revolucionario
Solo tras la legítima destrucción de la vieja sociedad, y la construcción de la nueva, podrá ser aniquilada, de forma paulatina, toda posibilidad de parasitismo y discriminación de o hacia ciertos colectivos que a día de hoy siguen siendo invisibilizados y/o oprimidos. Es pues que, gracias al sindicato, la cuestión social se presenta de forma nítida y clara, mostrando claramente la demarcación entre clases desposeídas y amos, explotadores. Porque así es la historia de la humanidad: por un lado, los pueblos, los robados; por otra parte, la clase explotadora, los ladrones.
martes, 10 de febrero de 2015
La Internacional anarquista y la “Gran Guerra”
De este modo es ingenuo y pueril, tras haber multiplicado las causas y las ocasiones de conflictos, tratar de establecer las responsabilidades de tal o cual gobierno. Ya no hay distinción posible entre las guerras ofensivas y las guerras defensivas. En el conflicto actual, los gobiernos de Berlín y de Viena se han justificado con documentos no menos auténticos que los gobiernos de París, de Londres y de Petrogrado. Quien de entre estos o aquellos produzca los documentos más indiscutibles y decisivos para establecer su buena fe y presentarse como el inmaculado defensor del derecho y de la libertad, aparecerá como campeón de la civilización.
¿La civilización? ¿Quién la representa en este momento? ¿Es el Estado alemán con su militarismo formidable y tan poderoso que ha sofocado toda veleidad de revuelta? ¿Es el Estado ruso, cuyo knout, la hora y Siberia son los únicos medios de persuasión? ¿Es el Estado francés con Biribi, las sangrientas conquistas de Tonkin, de Madagascar, de Marruecos, con el reclutamiento forzado de las tropas negras, es esa Francia que retiene en sus prisiones, desde hace años, a camaradas culpables tan sólo de haber escrito y hablado contra la guerra? ¿Es Inglaterra, que explota, divide, difama y oprime a las poblaciones de su inmenso imperio colonial?
El Estado ha nacido de la fuerza militar; se ha desarrollado sirviéndose de la fuerza militar, y es aún sobre la fuerza militar sobre la que debe lógicamente apoyarse para mantener su omnipotencia. Cualquiera que sea la forma que revista, el Estado no es más que la opresión organizada al servicio de una minoría de privilegiados. El conflicto actual ilustra esto de manera evidente: todas las formas del Estado se encuentran comprometidas en la guerra presente: el absolutismo con Rusia, el absolutismo mitigado de parlamentarios con Alemania, el Estado que reina sobre los pueblos de razas bien diferentes con Austria, el régimen democrático constitucional con Inglaterra, y el régimen democrático republicano con Francia.
La desgracia de los pueblos, todos los cuales estaban sin embargo profundamente inclinados hacia la paz, es haber tenido confianza en el Estado con sus diplomáticos integrantes, en la democracia y los partidos políticos (partidos incluso de la oposición como el socialismo parlamentario), para evitar la guerra. Esa confianza ha sido truncada a voluntad y continúa siéndolo cuando los gobernantes, con la ayuda de toda su prensa, persuaden a sus pueblos respectivos de que esta guerra es una guerra de liberación.
A todos los soldados de todos los países que tienen la convicción de combatir por la justicia y la libertad, debemos explicarles que su heroísmo y su valentía no servirán más que para perpetuar el odio, la tiranía y la miseria.
¡Nada de desvanecimientos, ni siquiera ante una calamidad como la guerra actual! Es en estos periodos tan turbios, en que millares de hombres dan heroicamente su vida por una idea, cuando hay que mostrar a estos hombres la generosidad, la grandeza y la belleza del ideal anarquista; la justicia social realizada por la organización libre de productores; la guerra y el militarismo para siempre suprimidos, la libertad entera conquistada por la destrucción total del Estado y de sus organismos de coerción.
lunes, 2 de febrero de 2015
Conciencia de clase: por qué Syriza y Podemos no la van a elevar
Para terminar ya con el último mito que rodea a estas dos organizaciones, y de paso, con la batería de artículos sobre ellas, se hace necesario descubrir (en el sentido más literal) la estructura en la que se ha atrincherado la izquierda anticapitalista de este Estado: la conciencia.
La conciencia de clase es algo muy anhelado por la militancia de ese sector, pero muy frecuentemente no tienen conocimientos suficientes como para saber llegar hasta ella. De esta manera, ante la desesperación, se acogen a lo primero que pillan.
Podemos, tanto si se demuestra farsa como si no, elevará la conciencia. Si es que no, concienciará a la gente, si es que sí, la gente verá que su bienestar no puede ser adquirido por la vía electoral.
Frases como éstas están ya muy trilladas, pero tienen un problema fundamental, que a lo largo de este artículo quedará resuelto. Empecemos por el principio.
La clase trabajadora, en su hacer cotidiano, percibe que si el empresario gana, ella pierde. Y que esto se da siempre. Así, cuando nació, desarrolló espontáneamente una conciencia de clase propia, la conciencia económica, es decir, se percató de que tenía unos intereses contrapuestos a la burguesía.
A la luz de esto surgieron importantes movimientos de protesta para mejorar las condiciones económicas y aumentar las libertades políticas. Esta conciencia no daba para más; tal fue el caso de los Cartistas en Inglaterra. Tal es el caso actual cuando clamamos por unas pensiones dignas, contra los recortes, etcétera.
No obstante, esa lucha por mejoras no era suficiente para acabar con la explotación de la clase obrera, que crisis tras crisis ha ido sufriendo el yunque del capital pesando sobre sus espaldas. Se hacía necesaria, pues, una conciencia política, que tuviera como objetivo superar las contradicciones que regían el capitalismo, con tal de que, dicho coloquialmente, todo el mundo comiera.
Esta conciencia no se desarrollaba de forma espontánea en el proletariado, porque evidentemente éste no podía percibir una situación con las contradicciones capitalistas ya superadas; es decir, al contrario del primer caso, el día a día no mostraba nada que sirviera para emanciparse. Por tanto, se hacía necesario que trabajadores y trabajadoras que de una forma u otra habían tenido acceso al conocimiento de la alternativa se organizaran para desarrollarla en la mente colectiva. Algo también conocido como Partido; la llamada vanguardia.
Ante esto, si la conciencia económica sólo podía engendrar lucha por las reformas, la conciencia política debía ejercer necesariamente la lucha revolucionaria, lo que, aplicado al revés, nos da una imagen de lo que se preparaba al inicio del artículo: si Podemos o Syriza sólo dan consignas de reforma, ¿qué conciencia fomentan? La económica. Y al contrario, la política sólo puede desarrollarse inmiscuyéndose en los centros donde la clase obrera resiste o simplemente vive.
En otras palabras, ninguna de las dos organizaciones mencionadas está redirigiendo la conciencia de la clase trabajadora hacia objetivos políticos, y por ende está retrasando e incluso perjudicando aún más la vida de ésta.
Conciencia política significa saber también que el bienestar colectivo ergo la emancipación no puede llegar por unas elecciones, porque por éstas sólo es posible alargar más el sufrimiento de media parte del mundo y de dos tercios de nuestra población. Por tanto, toda persona que se pronuncie conocedora de esto y aun así dé apoyo explícito a organizaciones que juegan con la vida de la clase trabajadora, que sepa que no es bienvenida en esta lucha.
Guerra al oportunismo.