Para poder entender lo que supuso el Caso Scala para el
Estado se debe atender a un punto clave en todo el caso y por ello es menester
recordar este apodo: “El Grillo”.
El Grillo
Los anarquistas procesados en el Caso Scala, aparte de
anarquistas, tenían en común ser jóvenes anti-franquistas radicalizados. Pero
de estos imputados hubo uno que ni fue detenido ni respondía a ese perfil de
“joven radical”. Su autentico nombre era Joaquín Gambín Hernández. Era un viejo
anarquista, de unos cincuenta años, que no se le conocía ninguna afiliación
sindical y que tenía muchos antecedentes por falsificación, robo y estafa. Pero
Joaquín Gambín, aun teniendo todos esos antecedentes, los cuales le mantendrían
muchos años en prisión, se encontraba en busca y captura, por lo cual el
Gobierno consideró menester contratarlo como confidente policial y ser
infiltrado en el renaciente movimiento anarcosindicalista que tanto estaba
molestado al Estado y a ‘su’ consenso demócrata. Se le manipuló el expediente
para reconvertirlo en preso político, se le aplicó la Ley de Amnistía y desde
enero de 1977 comenzó a cobrar 45.000 pesetas mensuales por pasar información a
la policía. Sus primeras andaduras por el movimiento libertario fueron
exitosas. Primeramente –y contratado por José Gregorio López Marín (Inspector
policial)- consiguió que detuvieran a cincuenta anarquistas de Murcia que
habían refundado la F.A.I. haciéndose pasar por un contrabandista de armas y
explosivos. Seguidamente se infiltró en el E.R.A.T. (Ejército Revolucionario de
Apoyo a los Trabajadores), creado por los trabajadores de la SEAT. Tal grupo
fue desarticulado tras realizar expropiaciones a entidades bancarias y
supermercados. Pero esto no era más que un calentamiento para lo que se estaba
a punto de avecinar.

Hasta que no se celebró el primer juicio Gambín no fue
detenido. Fue detenido en Valencia en 1981. Se le detuvo con documentación
falsa y declaró que, tras haber recibido 100.000 pesetas, la Brigada de
Información lo abandonó a su suerte. Días después volvió a desaparecer en
extrañas circunstancias y no volvió a reaparecer hasta la vista oral del Caso
Scala. Cuando se celebró el juicio ocurrió otro extraño suceso. Gambín, desde
paradero desconocido, se puso en contacto con la CNT y se ofreció a declararse
como único responsable del incendio y exculparía al sindicato anarquista. Todo
eso a cambio de que la CNT le proporcionara documentación falsa para huir de
España. La propuesta fue estudiada y finalmente rechazada por el Comité
Nacional de la CNT, ya que consideraron que su testimonio no tendría ninguna
validez y además que podría servir para desprestigiar, aun más, a la CNT.
El juicio de
Gambín
Que Joaquín Gambín no apareciese en el primer juicio supuso
unos grandes traspiés para la parte defensora del caso y sus pretensiones de
demostrar que todo se había tratado de una artimaña de las cloacas del Estado
para implicar al sindicato anarquista en el atentado. Aun así, su ausencia no
hizo más que acrecentar las sospechas sobre el papel que había tenido.
Tras las primeras detenciones después del atentado, El
Grillo desapareció del mapa y aunque fue puesto en busca y captura no pareció
convertirse en una prioridad policial. A finales de octubre de 1979 reapareció
por primera vez en la ciudad de Elche. Fue encarcelado, pero no por haber
estado implicado en el atentado contra la Sala Scala, sino por un asunto de
cheques falsos. Justo un mes después, fue puesto en libertad y volvió a
desaparecer. Fue ya en Valencia, en 1981, en que fue detenido como coautor de
los hechos y juzgado en diciembre de 1983. Pasó una semana de la sentencia del
primer juicio y, para sorpresa, la revista Cambio
16 publicaba una entrevista con El Grillo realizada mucho antes del juicio.
En esa primera entrevista el “viejo anarquista” se exculpaba en todo momento. Rechazó su condición de
confidente policial. Negó ser el instigador del lanzamiento de explosivos y
dijo haberse enterado del incendio una vez llegó a casa de un compañero. Y
sobre su extraña –y rápida- puesta en libertad- aseguró que se debía a un
simple error burocrático.
Durante todo un año no se supo nada de Joaquín Gambín, se lo
había tragado la tierra. Pero todo cambió a finales de 1981, en diciembre
concretamente, en el que “El Grillo” fue detenido nuevamente por la policía de
Valencia. En esa misma ciudad fue interrogado por el fiscal Del Toro, pero para
sorpresa de todos, su discurso cambió radicalmente. El Grillo cantó. ¿Qué
ocurrió? Que perdió la protección que tenía hasta entonces por parte de la
Brigada de Información. Le confesó a Del Toro que ni siquiera fue detenido,
sino que se entregó para esclarecer todo el caso. El hecho de haber participado
en una misión contra ETA, en la que casi pierde la vida, le hizo recapacitar y
desear dejar su trabajo como confidente. Como pruebas aportó varias pistolas y
documentación falsa que le había proporcionado la policía.
La historia de Gambín ya era conocida dentro de todo el
movimiento revolucionario. Un preso común que para expiar sus pecados era
contratado como confidente con la misión de desactivar a “violentos radicales”
y después denunciarlos. “Alguien”, cuyo nombre nunca quiso dar Gambín, creyó
ver en ese grupo de cenetistas “terroristas en potencia”. Así que a “El Grillo”
se le encargó incitarlos a cometer actos terroristas. Eso sí, de forma paralela
a las informaciones de los testigos vecinales que hablaban de un incendio
originado en la parte trasera del Scala, Gambín mantuvo en todo momento que él
era inocente en lo que concierne al incendio. Finalmente Del Toro ordenó su
encarcelamiento. En febrero de 1982 fue procesado por fabricación de explosivos
y por haber instruido a los acusados a fabricarlos. El fiscal pedía 16 años de
prisión. Pero el juicio tardó otros dos años en celebrarse. El 15 de diciembre
de 1983 se celebró el juicio, el cual fue un puro trámite que duró tres horas.
Finalmente Gambín fue condenado a la pena demandada por el Fiscal.
A nadie del estamento judicial pareció interesarle indagar
en la confesada relación de Gambín con los servicios secretos policiales. Este
último juicio ni siquiera tuvo relevancia en los medios de comunicación. El
Caso Scala ya no era noticia.