Pero, ¿qué hay detrás de esas palabras? ¿Significan algo usadas en su forma general? ¿Implican un análisis correcto de la realidad esas afirmaciones?
El Estado nace de la existencia de clases sociales
El Estado es la herramienta de la que se dotó la primera clase social dominante, llamada clase-Estado. El caso de Egipto, uno de los más estudiados, explica que, con el paso de varios milenios, una de las muchas comunidades pasa a ocupar un lugar preponderante, es decir, vive de lo que las otras producen. Esto sucede debido al desarrollo de la tecnología productiva, a la posterior división del trabajo, y por tanto, a la aparición del excedente. Tal cosa producirá las primeras clases sociales, una de ellas, la clase-Estado, la cual se comportará como la garante de los servicios públicos para las comunidades que trabajen para ella.
Esto se producirá a lo largo de todo el sistema planetario, exceptuando en Europa, donde se desarrollará una lucha sangrienta entre tribus, y la forma de Estado que emanará de ello será la esclavista, que pronto atacará a las sociedades como las egipcias.
Así, históricamente, el Estado nace de la existencia de las clases sociales, y será la herramienta usada por la clase dominante para dominar, de alguna forma, a las clases dominadas.
¿Pueden, las clases dominadas, usar esa herramienta?
Pueden, pero no es tan fácil. La creencia entre los sectores de los que hablábamos al principio es que el Estado puede usarlo indistintamente la clase burguesa como también la clase obrera. Pero de ahí nace la tendencia a pensar que el Estado es siempre igual, lo cual sería erróneo, pues ya hemos visto qué es lo que puede considerarse Estado. Tal concepción daría pie a imaginar el Estado en una forma inamovible, unilateral, sin condiciones ni circunstancias. Metafísica, al fin y al cabo.
El Estado, como herramienta de clase, puede usarse por la clases dominadas, pero antes de eso, ellas deben destruir el aparato burocrático-militar. ¿Por qué? Porque ese aparato es la forma de dominación en la que se ha organizado la clase burguesa, la dominante. Es decir, en leyes, en policía y ejército que cumplen esas leyes, y en general la burocracia que las aplica y las defiende, y que no va a ceder su poder tan fácilmente.
Por lo que, como hemos podido ver y demostrar, las clases dominadas pueden usar esa herramienta, pero una vez destruido el aparato de dominación burgués anterior y construido el aparato de defensa propio.
La autoridad, ¿inevitable?
Hay un elemento que, a lo largo de la entrada, ha sido omnipresente. Ese elemento es la llamada autoridad.
Si la existencia de un Estado después de un proceso revolucionario es inevitable, ¿la existencia de su autoridad, como poder político, también lo es? La respuesta a esta pregunta es sí. Pero ese miedo y oposición visceral a la autoridad carece de base analítica, pues cada clase puede usar la autoridad como le plazca. En el caso de que sea la clase obrera quien construya su aparato de defensa, la autoridad se diluirá entre la mayoría de la población. En el caso contrario, si su clase antagónica, la burguesía, usa la herramienta estatal, la autoridad se diluirá entre una minoría de la población.
¿Y la libertad?
Como hemos visto, ante la inevitabilidad de ciertos elementos de clase, y ante la dicotomía que rige la realidad, la libertad no podrá ser defendida en su forma general. No puede cumplirse la máxima de "ni opresores ni oprimidos" después de un proceso revolucionario, pues el Estado que surja de ahí, en cualesquiera que sean sus formas y sus estructuras, tendrá que ser usado por la clase oprimida, ésta es, la obrera. Lo que sí puede haber es que ese Estado naciente persiga que no hayan ni opresores ni oprimidos. Pero, por lo pronto, habrá que decantarse por unos o por otros.
Conclusión
La pretensión de este extenso análisis no es marcar una conclusión exacta, sino que ésta quede a cargo del lector o la lectora. Sí que pueden, empero, vislumbrarse, a primera vista, varias cosas: y es que las expresiones generales, junto con los términos también en general, a menudo sirven para romantizar las luchas y las acciones, y probablemente, enaltecerlos, sea algo contrario a todo lo que significa revolución. Pues no es lo mismo analizar la realidad y actuar en ella según cómo te gustaría que fuera, que analizar la realidad según cómo te gustaría que fuera y actuar en ella.
Así, históricamente, el Estado nace de la existencia de las clases sociales, y será la herramienta usada por la clase dominante para dominar, de alguna forma, a las clases dominadas.
Qué puede considerarse un Estado
Un Estado, pues, es toda estructura en la que haya un poder político actuando sobre un territorio y una población determinada. La mayor expresión de ese poder político, en última instancia, será su imposición por métodos violentos.
Por tanto, en el caso de llevar a cabo un proceso revolucionario, destruyendo el aparato burocrático-militar (estatal) del territorio en el que se esté, lo que emane de él será también otro Estado. ¿Por qué? Porque con la revolución no se acaba con las clases sociales, sino que se destruye el poder burgués del Estado. Y esto significa que, al tener que reprimir a la clase social burguesa para conservar el nuevo régimen construido por la clase trabajadora, éste, inevitablemente, deberá imponerse en última instancia por métodos violentos. De lo que se deduce que, de una u otra forma, con una u otra estructura, estatal o asamblearia, central o descentralizada, de lo que estamos hablando es de un Estado, pues habrá un poder político impuesto que actúe sobre un territorio y una población determinada. Seguirán habiendo clases sociales, motivo por el cual nació. Y hasta que éstas no desaparezcan, no desaparecerá ese Estado.
¿Pueden, las clases dominadas, usar esa herramienta?
Pueden, pero no es tan fácil. La creencia entre los sectores de los que hablábamos al principio es que el Estado puede usarlo indistintamente la clase burguesa como también la clase obrera. Pero de ahí nace la tendencia a pensar que el Estado es siempre igual, lo cual sería erróneo, pues ya hemos visto qué es lo que puede considerarse Estado. Tal concepción daría pie a imaginar el Estado en una forma inamovible, unilateral, sin condiciones ni circunstancias. Metafísica, al fin y al cabo.
El Estado, como herramienta de clase, puede usarse por la clases dominadas, pero antes de eso, ellas deben destruir el aparato burocrático-militar. ¿Por qué? Porque ese aparato es la forma de dominación en la que se ha organizado la clase burguesa, la dominante. Es decir, en leyes, en policía y ejército que cumplen esas leyes, y en general la burocracia que las aplica y las defiende, y que no va a ceder su poder tan fácilmente.
Por lo que, como hemos podido ver y demostrar, las clases dominadas pueden usar esa herramienta, pero una vez destruido el aparato de dominación burgués anterior y construido el aparato de defensa propio.
La autoridad, ¿inevitable?
Hay un elemento que, a lo largo de la entrada, ha sido omnipresente. Ese elemento es la llamada autoridad.
Si la existencia de un Estado después de un proceso revolucionario es inevitable, ¿la existencia de su autoridad, como poder político, también lo es? La respuesta a esta pregunta es sí. Pero ese miedo y oposición visceral a la autoridad carece de base analítica, pues cada clase puede usar la autoridad como le plazca. En el caso de que sea la clase obrera quien construya su aparato de defensa, la autoridad se diluirá entre la mayoría de la población. En el caso contrario, si su clase antagónica, la burguesía, usa la herramienta estatal, la autoridad se diluirá entre una minoría de la población.
¿Y la libertad?
Como hemos visto, ante la inevitabilidad de ciertos elementos de clase, y ante la dicotomía que rige la realidad, la libertad no podrá ser defendida en su forma general. No puede cumplirse la máxima de "ni opresores ni oprimidos" después de un proceso revolucionario, pues el Estado que surja de ahí, en cualesquiera que sean sus formas y sus estructuras, tendrá que ser usado por la clase oprimida, ésta es, la obrera. Lo que sí puede haber es que ese Estado naciente persiga que no hayan ni opresores ni oprimidos. Pero, por lo pronto, habrá que decantarse por unos o por otros.
Conclusión
La pretensión de este extenso análisis no es marcar una conclusión exacta, sino que ésta quede a cargo del lector o la lectora. Sí que pueden, empero, vislumbrarse, a primera vista, varias cosas: y es que las expresiones generales, junto con los términos también en general, a menudo sirven para romantizar las luchas y las acciones, y probablemente, enaltecerlos, sea algo contrario a todo lo que significa revolución. Pues no es lo mismo analizar la realidad y actuar en ella según cómo te gustaría que fuera, que analizar la realidad según cómo te gustaría que fuera y actuar en ella.
¿Las ideas pueden tomar forma?
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