Si bien desde el punto de
vista teórico el anarquismo y el marxismo son doctrinas contrarias, en la
historia de principios del siglo XX podemos observar cómo los apoyos a
revoluciones de corte marxista fueron generalizados dentro del triunfante
movimiento anarquista y anarcosindicalista de la España de los años ’20.
Durante el segundo congreso nacional de la CNT en el Teatro de la Comedia de
Madrid (diciembre de 1919), entre otras cosas, se aprobó la adhesión
provisional del sindicato anarquista a la Tercera Internacional y el envío a
Moscú de una comisión para que ésta informara y diera inicio, si era necesario,
relaciones diplomáticas con la cúpula bolchevique.
Con el
triunfo de la Revolución rusa de 1917 el movimiento anarcosindical, en general,
se mostró muy entusiasmadamente favorable a tal hazaña del proletariado, pues
por fin se veía realizado el tal ansiado sueño obrero de una sociedad justa,
igualitaria y libre, mediante unos soviets que debían servir
para satisfacer -y defender- los intereses de la clase obrera. Pero pronto
comenzaron las divisiones internas dentro de la CNT sobre el apoyo a la joven
Unión Soviética. Esta división se hizo palpable en las editoriales de los dos
grandes diarios obreros más leídos en aquellos años: Tierra y Libertad y
Solidaridad Obrera. El primero fue el claro ejemplo de la apología de la
triunfante Revolución bolchevique, mientras que el segundo –con Ángel Pestaña
como director- se mostraba reacio hacia el sistema soviético. En 1920 una
comisión representante de la CNT, encabezada por Ángel Pestaña, Gaston Leval
y Fernando de los Ríos, aterrizó en Moscú. A partir de la entrevista de
Pestaña con Lenin, la asistencia -y participación- en congresos políticos y
sindicales, etc, la comisión pudo elaborar una serie de documentos con lo visto
en su viaje a Moscú, y con las críticas pertinentes para enviar a España bajo
el nombre con el que se conocería en todo el movimiento sindical
revolucionario: El informe Pestaña.
¿Cuál fue la posición de Ángel
Pestaña –y de su informe- sobre la revolución comunista? Para el berciano, y
así lo dejó patente en sus discursos en la Unión Soviética y en su reunión con
Lenin, la revolución no podía ser obra de ningún partido, pues consideraba que
lo único que puede hacer un partido es dar un Golpe de Estado, y esto, añadía,
no es una revolución.
La revolución es, y también en el caso del pueblo ruso, un
movimiento que se prepara durante décadas y generaciones por la clase obrera
con distintos ideales políticos y que se levanta en el momento propicio,
barriendo con todo lo que obstaculice su paso.
Para él, la revolución no podía –ni debía-
ser algo dirigido por un Partido concreto pues las masas no eran homogéneas en
lo ideológico. Por tanto deducía que la revolución rusa no se le podía achacar
únicamente al partido bolchevique pues no toda la clase trabajadora rusa era defensora de esa tendencia. También argüía, por tanto, que la existencia del Partido Comunista
no era condición indispensable para el triunfo de la revolución. Además, consideraba
que no se podía hablar de “revolución” cuando los dirigentes del nuevo país mantenían actitudes burguesas para con los trabajadores o las
mujeres, cosa que él vio con sus propios ojos en su paso por Moscú y que le
hizo saber a Lenin en la entrevista que mantuvo con éste.
El Informe llegó a España en 1921 y se publicó a
principios de 1922. El mismo fue
el causante de que a partir de ese año, todo el movimiento anarquista y
anarcosindicalista dejara de apoyar a la Unión Soviética bajo un enorme
compendio de críticas hacia la ya existente centralización, burocracia y
separación entre el Partido –ya consagrado como una nueva clase dominante por
encima del proletariado- y las masas.
También provocó la desbandada de
muchos comunistas militantes hasta el momento en CNT, tales como Joaquín
Maurín, Hilario Arlandis o Andreu Nin. A partir de 1922, la llegada de noticias
sobre la persecución, encarcelamiento y ejecución de muchos militantes
anarquistas, así como la incesante pérdida de peso de los sindicatos, hizo que
las críticas hacia la Revolución bolchevique fueran aún más feroces, y limaron
cualquier resquicio que aún pudiera quedar de filosovietismo dentro de la CNT.
Por otro lado se sumaron las críticas provenientes de las grandes figuras internacionales del anarquismo tales como
Emma Goldman o Rudolf Rocker.
En el caso de Emma Goldman sus
críticas hacia la revolución concebida por el bolchevismo iban, de forma
inconsciente, hacia lo que años más tarde también criticarían el comunismo de
izquierda y el marxismo-leninismo maoísmo, esto es, la crítica al surgimiento
de un Estado que acapara para sí todos los medios de producción, dejando a los soviets
sin poder en detrimento del Partido y la existencia de una nueva clase
dominante y propietaria formada por los funcionarios burócratas que se
convirtieron de facto en los nuevos burgueses.
Tanto para Rocker como para Goldman, y por extensión para
todo el movimiento anarquista de entonces, la Unión Soviética olvidó la
necesaria revolución de carácter cultural, la transformación de los valores –y
no solo de las instituciones- que habían de construir la nueva sociedad.
Concretamente la activista rusa apuntaba en Mi mayor desilusión
con Rusia que el nuevo “Estado comunista” convirtió las pretensiones de
igualdad y libertad en “supersticiones burguesas” y la “santidad de la vida” en
valores “contrarrevolucionarios”.
Tal posición frente a estos valores, fue para los dos anarquistas, la semilla de la
autodestrucción de la gran revolución rusa. Ella también hablaba especialmente de una creciente filia por la
violencia en el nuevo sistema soviético, en la que la famosa frase de “el fin
justifica los medios” estaba a la orden del día por todo el país.
La revolución rusa, pues, se iba poco a poco autodestruyendo,
mediante la centralización estatal de toda actividad productiva, artística y
científica, la pérdida del poder real de los soviets y la carencia del énfasis
en una revolución de los valores en pos de un cambio únicamente productivo e
institucio- nal, todo esto en beneficio de la nueva clase burguesa-burocrática.
Finalmente la CNT dejaría de formar
parte de la III Internacional y de la Internacional Sindicalista Roja para
integrarse entre 1922 y 1923 en la refundada AIT constituida en Berlín. Las
críticas a la Unión Soviética y al bolchevismo en general por parte del
movimiento anarquista y anarcosindicalista hispano desde los años ’20 en
adelante podrían resumirse en las palabras de Josep Prat escritas en Almanaque
de Tierra y Libertad para 1921 que fueron las siguientes:
“En Rusia hay una autoridad que manda
y por lo tanto suprime la libertad individual, una burocracia que fusila al que
no obedece, un capitalismo de Estado que militariza el trabajo (…)”.
Con
el recién creado Partido Comunista de España y el BOC (Bloc Obrer i Camperol),
el distanciamiento y el enfrentamiento político entre el movimiento anarquista
y el marxista crecería de forma exponencial como nunca antes lo había hecho.
Militantes como Vicente Pérez o Pere Esteve, habiendo pasado una larga
temporada en Moscú, también publicarían sus memorias en forma de críticas
voraces contra la joven Unión Soviética asegurando que “allí no hay
dictadura del proletariado, sino dictadura del Partido Comunista”. “El partido
llamado comunista, que de comunista no tiene más que el nombre, divide a los
hombres en tutores y tutelados (…)”.
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