Un 19 de julio de 1936 daba inicio la Revolución social
española en diversos puntos de la España republicana. Entre todos sus logros –y
errores- cabe destacar, sin duda alguna, uno de los más importantes, a saber:
la colectivización agraria, concretamente en Cataluña. Adentrarnos en ella no sólo como forma de
entender, comprender y criticar aquella intentona revolucionaria de cariz
anarquista, sino también como reflexión política desde el movimiento obrero y
anarquista actual para poder eliminar ciertas faltas, sobre todo para que no se
repitan en la próxima revolución social.
Si en Aragón la colectivización agraria fue profunda,
exitosa y aceptada de buen grado por el campesinado, en Cataluña fue todo lo
contrario. En el campo catalán nos encontrábamos por aquel entonces con unos
poderosos movimientos cooperativistas, sindicatos de pequeños propietarios
agrícolas y una potente Unió de
Rabassaires representante de la pequeña burguesía campesina y agrícola que
llevaba por lema la tierra para quien la
trabaja y que, por tanto, no estaban por la labor de aceptar la
socialización de la tierra. Con el estallido de la guerra civil y de la
revolución social, un terremoto político azotó el campo catalán delimitando dos
frentes: socializar toda la tierra
(fuera por la fuerza o no), postura defendida por el sindicato CNT y el POUM, o
mantener las tierras a nivel de propiedad individual o familiar, postura
defendida por la Unió de Rabassaires,
ERC, PSUC y UGT.
¿Cómo se planteaba desde la CNT –y el movimiento anarquista
en general- la revolución en el campo catalán? Desde un primer momento la CNT
se mostró públicamente favorable a la total socialización del campo, y el 19 de
diciembre de 1936 los sindicatos campesinos de la CNT elaboraron un pacto con
la Unió de Rabassaires para cooperar.
Pero dicho pacto no llegó a oficializarse ya que la Unió de Rabassaires no se presentó a la cita aludiendo que la UGT
también debería ser partícipe de tal pacto cooperativo, lo cual la CNT no pudo
aceptar ya que UGT se había mostrado públicamente contrario a la
colectivización, tanto agraria como industrial. Los primeros problemas en dicha
colectivización ya comenzaban a surgir desde bien pronto, así lo denunciaba el
líder anarcosindicalista Joan Peiró en Perill
a la reraguarda (Mataró, 1936):
(…) Lo primero que han hecho muchos revolucionarios que han salido al campo
a plantar la semilla revolucionaria, ha sido privar al campesinado de todos los
elementos de defensa, de las armas, tan necesarias para quien, como él, viven
una vida fiera y aislada; y cuando los campesinos han sido desarmados, estos
revolucionarios les han vuelto a robar hasta la camisa. Id, ahora, a hablarle
de revolución al campesinado de Cataluña.
Joan Peiró venía a denunciar que el hecho de implantar, por
la fuerza, la colectivización de la tierra, a sabiendas de que el campo catalán
era una tierra históricamente de pequeños propietarios, hacía que el
campesinado poco a poco fuera distanciándose de la CNT, del anarquismo, de la
revolución social, y fuera posicionándose a favor de otros fuerzas políticas
antifascistas.
La posición de la CNT para con el campo catalán era firme,
como escribiría Félix García en Colectivizaciones
campesinas y obreras en la revolución española: “No hay que olvidar que
para los anarquistas y para los campesinos en general (haciendo alusión a la
extensa masa campesina aragonesa y andaluza), los pequeños propietarios
representaban el peligro de la reaparición de la clase de ricos propietarios.”
Por tanto, desde el movimiento anarquista, a sabiendas de que el campesinado –o
gran parte de él- catalán podía ponerse en contra de la revolución, se siguió
para adelante con las colectivizaciones. De esta forma lo explicaba Ramón Porté
en la Memoria del congreso agrario de la CNT (marzo de 1937):
(…) Porque la eterna aspiración del campesino ha sido la de poseer la
tierra (…) Nosotros hubiésemos captado a ese mismo campesino, ofreciéndole la
tierra; pero, entonces, habríamos estrangulado la Revolución. Hay que ir a la
socialización de la tierra.
Aunque en la teoría la CNT iba a respetar el derecho del
pequeño propietario a cultivar su tierra, siempre y cuando no fuera negativo
para la colectividad e iba a convencer mediante el ejemplo a los pequeños
propietarios a que aceptaran la socialización de su parcela, cosa que se había
aprobado por mayoría en el Congreso regional de campesinos de Cataluña el 5 y 6
de septiembre de 1936, en la práctica, tal resolución no se llevó a cabo más
que en contadas ocasiones. Así, la mayoría de veces, el avance de las milicias
anarquistas que iban dirección Aragón impuso por la fuerza la colectivización a
muchos pequeños propietarios campesinos.
Pero la problemática campesina durante la revolución social
de 1936 no se detuvo aquí, sino que también tuvo su vertiente nacionalista. Y
es que a todo lo anteriormente explicado, se le sumaba un campesinado catalán
que a duras penas conocía el castellano, y que hubo de enfrentarse a unas
columnas anarquistas que provenían del cordón industrial de Barcelona y que no
hablaban catalán, pues provenían de la inmigración andaluza, murciana y
extremeña. El líder anarcosindicalista Josep Peirats, explicaba así dicha
problemática en su obra De mi paso por la
vida. Memorias:
(…) Refiriéndonos a Cataluña, conocemos el carácter conservador de nuestro
campesinado. Salvo en algunas comarcas, y siempre reduciéndonos a los pueblos,
no dimos con la fórmula que hubiera podido romper con el hielo entre la ciudad
y el campo. De ahí que costaste penas y sudores imponer las colectivizaciones
en el campo. Por el hecho de que en determinadas cuencas mineras predominara el
proletariado de habla castellana, la mayor parte de nuestra propaganda se hizo
en lengua castellana… Ha dado la impresión en la ciudad y en el campo de que el
movimiento anarquista era un producto exótico de importación. De ahí, repito,
tuvimos que sudar la gota gorda para imponer nuestra innovación colectivista en
el campo catalán, y que tuviéramos el mal acierto de escoger para hablarles de
la buena nueva a oradores del habla que les era antipática… Y lo más peregrino
del caso es que la inmensa mayoría de los confederales y faístas, empezando por
los de más relieve, o eran catalanes natos o empleaban el catalán por
adaptación a aquella tierra. Sin embargo, incluso en nuestras asambleas solían
no pocos asistentes abuchear a los oradores que se atrevían a emplear la lengua
regional.
Tras estas palabras de Josep Peirats en sus memorias podemos
ver cómo el clivaje nacional también fue uno de los
puntos fuertes en la problemática campesina durante la revolución social.
Por otra parte, y ante esta disyuntiva entre CNT y el
campesinado catalán, las políticas del PSUC fueron mucho más hábiles y
oportunistas y se lanzaron desde el primer momento a la defensa acérrima de los
intereses de los pequeños propietarios agrícolas, junto con ERC y la Unió de
Rabassaires. Así pues, la colectivización agraria en Cataluña pasó sin pena ni
gloria al compararla con otras zonas como Aragón, a diferencia del gran éxito
de la colectivización en la zona industrial.
A 80 años del estallido de la última revolución en Europa
occidental podemos discernir, desde muchas perspectivas, los errores,
limitaciones –y logros- de aquella intentona insurreccional de la clase
trabajadora de la España republicana.
Aun con las buenas intenciones de
aquellos trabajadores, fue un gran error imponer por la fuerza la socialización
de la tierra en el campo catalán, a sabiendas de que tradicionalmente en Cataluña
había predominado la pequeña propiedad y la propiedad familiar. ¿Qué debió
hacer el sindicato CNT ante ese contexto? Nada raro, simplemente haber cumplido
a rajatabla los acuerdos a los que se llegó el 6 de septiembre de 1936 en el
Congreso Regional de Campesinos de Cataluña, donde quedó estipulado que la
pequeña propiedad agrícola se mantendría, siempre y cuando no perjudicaran a la
colectividad, y solamente mediante el ejemplo y el proselitismo se intentaría
convencer a los pequeños propietarios de los beneficios de la socialización
total de la tierra. Al haberse hecho esto, el campo catalán hubiera apoyado en
su mayoría a la revolución, lo cual hubiera facilitado aun más el desarrollo de
aquella, y hubiera limitado el predominio político de ERC, PSUC y la Unió de
Rabassaires.
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