En Mayo de 1937 se produjeron en las calles de Barcelona los
famosos “Sucesos de Mayo” que se caracterizaron por ser una guerra dentro de la
propia Guerra Civil Española, enfrentando por un lado a la CNT y el POUM, y por
otra lado, al Gobierno de la República Española, PSUC y ERC. El primer bando
pretendía seguir haciendo la Revolución Social mientras se hacía la guerra
contra el Bando Nacional, mientras que el segundo bando pretendía primero ganar
la Guerra Civil y luego proseguir con la Revolución. El final ya lo sabemos todos, se perdió tanto
la Guerra Civil como la Revolución social.
El lunes 3 de mayo de 1937, hacia las tres menos cuarto de
la tarde, empezaba ‘el principio del fin’ de la Revolución social española que
se inició, de la mano del proletariado revolucionario, el 19 de Julio de 1936.
Todo empezó con la llegada de tres camiones repletos de Guardias de Asalto
(policía republicana), fuertemente armados, y con orden de detenerse –y ocupar-
la sede de Telefónica en la plaza de Cataluña. Los pelotones de la Guardia de
Asalto estuvieron encabezados en todo momento por Eusebio Rodríguez Salas,
famoso militante del sindicato obrero UGT y bolchevique convencido. ¿Por qué
tuvieron la orden de parar en la Telefónica de Plaza de Cataluña? Porque el
edificio de Telefónica había sido expropiado por la CNT desde el 19 de julio,
día en el que dio comienzo la Revolución Social en el Estado español. La
supervisión y gestión de las comunicaciones telefónicas, al igual que las
patrullas de control, habían provocado diversos conflictos entre los militantes
‘cenetistas’ y el Gobierno burgués de la II República española. La lucha entre
el sindicato anarquista y el Gobierno republicano era una batalla inevitable
que debía llegar tarde o temprano, los primeros reclamaban seguir con el
control de las “conquistas” del 19 de julio de 1936, mientras que los segundos
reclamaban para sí el dominio absoluto de las competencias que les eran
“propias”.
Una vez en Plaza Cataluña, la Guardia de Asalto, comandada
por Eusebio Rodríguez Salas, entró “a por todo” en el edificio de Telefónica,
cogiendo por sorpresa a los cenetistas de las plantas bajas, que no tuvieron
más opción que dejar las armas y rendirse, pero en los pisos superiores, los
anarquistas organizaron una dura resistencia gracias a las ametralladoras que
aun guardaban.
Este suceso se propagó por toda la ciudad de Barcelona como
la pólvora, haciendo de crecer como hongos barricadas por toda la ciudad condal.
Fue el mismo presidente de la Generalitat, Lluís Companys, quien decidió,
presionado por el PSUC, abandonar la táctica imperante hasta ahora de un
Gobierno de unidad antifascista con la CNT como participante de índole
importante. Finalmente venció la táctica de Comorera y ‘su’ PSUC, que consistió
en imponer por la fuerza un Gobierno “fuerte” y autoritario que ya no tolerase,
según Comorera, “una CNT incapaz de meter en cintura a sus propios militantes
‘incontrolados’”. Este viraje de la táctica de la Generalitat fue la última
gota que propició los enfrentamientos armados de mayo de 1937 en Barcelona,
siendo el propio Companys el encargado de dar la orden de ocupar la Telefónica
por parte de la Guardia de Asalto, sin previo consenso con el resto de ministros.
Como dijo más tarde Josep Tarradellas: “La toma de Telefónica por parte del
Gobierno era la irracional respuesta a las exigencias cenetistas y un desprecio
a las negociaciones”.
Fueron los famosos Comités de Defensa de la CNT los
encargados, pues, de dirigir y organizar, en cada barrio barcelonés, la
resistencia ante la “contrarrevolución” dirigida desde el Gobierno republicano.
En un principio, los barrios obreros estuvieron enteramente controlados por la
CNT-FAI, controlando toda entrada y salida en las carreteras y sin necesidad de
utilizar demasiado las armas. Y donde se necesitó el uso reiterado de las
armas, la lucha se decidió rápidamente a favor de los Comités de Defensa. Pero
la derrota de la ‘masa confederal’ llegó por el llamamiento de los dirigentes
cenetistas (esos mismos que llamaron a la Revolución el 19 de julio de 1936)
que optaron por el abandono de la lucha en aras de la unidad antifascista
contra el Bando Nacional.
Esta derrota inducida por los propios dirigentes de la CNT
provocó la definitiva disolución de los Comités de Defensa, que si ya de por sí
dejó tocado al proletariado revolucionario, aun más con la detención del Comité
Ejecutivo del POUM y la ilegalización del partido. A partir de este momento, con todo el poder
en manos del PSUC y del sector proletario controlado por este, se desencadenó una
sistemática represión contra la CNT y la FAI. Esta represión se inició
primeramente mediante ofensivas judiciales llevando a juicio a los Comités
Revolucionarios locales de cada municipio, a todo militante de la CNT que
hubiera tomado partido durante los “Sucesos de Mayo” de 1937, se tipificó el
delito de opinión e ilegalizó la prensa favorable a la Revolución Social. A
todo esto se le añadió la persecución y tortura día y noche así como encarcelamiento a todo aquel o aquella
proletaria que fuera sospechosa de ser cenetista o miembro del POUM. Aun así,
muchos Comités Revolucionarios locales consiguieron sobrevivir gracias al gran
arsenal armamentístico, eso sí, de forma clandestina hasta aproximadamente la
primera semana de septiembre de 1937, cuando ya desaparecieron (o se
disolvieron) en su totalidad. Hasta aquí llegaba la Revolución Social. Hasta
aquí llegaba el sueño de un proletariado revolucionario luchando por el
comunismo libertario. A partir de aquí, los y las anarquistas que sobrevivieron
o no fueron encarcelados, se dedicaron exclusivamente a divulgar información
clandestina de solidaridad con los presos revolucionarios, exigiendo su
libertad y denunciando las formas con las que eran tratados.
Los “Sucesos de Mayo” de 1937 consolidaron la
contrarrevolución liderada por el bando burgués-republicano con la incesante
ayuda del sector obrero controlado por el PSUC, con la consiguiente represión del
movimiento anarcosindicalista y del POUM, provocando así el fin de la
Revolución Social. En 1938, los y las revolucionarias estaban ya exiliados,
encarcelados o bajo tierra. No fue la dictadura de Franco, sino la República de
Negrín quien acabó con la Revolución.
La historia la han escrito siempre los vencedores, pero también es cierto que a veces aparecen grietas en la historia oficial, la del Gobierno, y los perdedores dejan constancia de la otra historia, la del pueblo. Y este es el caso de la historia del anarquismo.
“Vivere militare est”.
Séneca.
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